Un ensayo
sobre Sinfín, de Martín Caparrós
“El futuro fue. / Desapareció,
/ si es que alguna vez / estuvo aquí conmigo.”
Josele Santiago (Siete mil
canciones)
1.
UN TERRITORIO IMPRECISO
“¿Quieres
vivir para siempre?” Esta frase escuchada en el tramo final de la
película Conan, el bárbaro dejó alucinado al chaval de ocho
o nueve años que era yo en una de esas noches memorables. Una cinta
de VHS alquilada en aquellos prósperos videoclubs de los 80. Un
mundo primitivo, violento y brutal. Y un personaje femenino osado y
sin complejos que empujaba al simple y fortachón Shwarzenegger a una
misión suicida de justicia y venganza. Entonces, esa frase. Grabada
en la memoria. Perturbadora. Calando a un niño que no estaba
preparado para semejante descarga. Que no entendía. O tal vez sí, y
de ahí la persistencia de su eco. Un regalo más de la desordenada
cinefilia de mi padre, despreocupado por las recomendaciones de las
autoridades competentes para la edad del público de ciertos filmes.
Que aceptaba a aquel infantil compañero de butaca incluso habiendo
comprobado que de vez en cuando la potencia de las imágenes no me
dejaba dormir. Así, en el cine de verano, en una sala o en casa.
Como ocurrió con otra decena de películas de impresión imborrable.
Irresponsabilidad o inconsciencia, vete a saber. El caso es que en
aquella entre los cientos que vi de niño esa frase ha quedado ahí.
La recuerdo bien, más de treinta años después. ¿Por qué?
No
he vuelto a ver la película ni he buscado la línea de guion exacta
ni el nombre del personaje o la actriz que representaba su papel. No
he sentido la necesidad. Pero sé que de alguna manera esa frase hizo
saltar un mecanismo, me lanzó a pensar, con toda la ingenuidad y
rudimentos de la edad, en ese territorio impreciso del futuro. Ese
futuro que ocurrió hace milenios en Stars Wars, que estaba a
la vuelta de la esquina en 2001, la frontera recién
traspasada en los calendarios de Blade Runner.
Es
difícil determinar el momento en que alguien piensa por primera vez
en lo que vendrá. Y, sin embargo, nada más natural, hasta
doméstico. Pongamos que fue entonces, con esa frase. A pesar del
mundo mítico y maravilloso que recreaban las imágenes, en nada
comparable a la calle recorrida a diario, tu casa, tu colegio.
Guerreros, poder, magia. Otro mundo. Al fin y al cabo, en eso
consiste la ficción. ¿Pero por qué daban más miedo, inquietaban
la visita de Terminator, las dudas existenciales de Robocop,
Los Ángeles de Rick Deckard, el viaje espacial de la Discovery o el
octavo pasajero?
Incluso
cuando adolecían de defectos típicos de serie B aquellas películas
introdujeron en mi generación un imaginario futurista desencantado,
problemático y apasionante. En efecto, la ciencia ficción nos llegó
en películas y series antes que a través de los libros. Una marca
de la época, supongo. Una moda, también, que hasta se introdujo en
la comedia con Alf o Marty McFly o versionó clásicos en
anime como Ulises 31. En cualquier caso, un primer universo
alejado de Disney, un paso adolescente sin rumbo fijo, pero que
sospechaba de las varitas mágicas, las hadas, las princesas y todo
lo demás. Tal vez por eso nunca nos convenció del todo Harry
Potter. Tal vez por eso no me trague Juego de tronos y sí
Black Mirror.
2.
LO PROSPECTIVO
No
quiero despreciar con esto lo maravilloso ni lo fantástico ni
descartar sus logros literarios. Simplemente,
constatar la diferencia. A pesar de que mi generación llegó antes a
la ciencia ficción por las imágenes que por las palabras, los
mundos creados dentro de este género para el cine o la literatura
siguen reglas similares. Mientras la verosimilitud de los relatos de
fantasía es autónoma, es decir, depende de la creación de un mundo
cuyas normas no se corresponden con la realidad empírica, la de la
ciencia ficción explota la posibilidad de que su mundo exista
siguiendo los mismos parámetros que hoy se consideran válidos.
Imaginación razonada, pues, sobre todo cuando entra en el terreno de
lo especulativo o “lo prospectivo”, como prefiere llamarlo
Fernando Ángel Moreno, uno de los mayores especialistas en la
materia.
En
su manual, Moreno (2010: 177-180) describe las características de la
narrativa de ciencia ficción, haciendo hincapié precisamente en que
establece un pacto de ficción diferente al de lo fantástico y lo
maravilloso y, por supuesto, al del realismo, así como busca un
efecto diferente en el lector (que también es aquel niño, temprano
espectador de cine), lo que denomina “catarsis cognitiva”. La
literatura de ciencia ficción no pretende que el lector se asombre
ni causarle el desasosiego inherente a todo misterio inexplicable, lo
que sería propio de la literatura maravillosa y fantástica,
respectivamente. De hecho, la especificidad de la ficción
prospectiva es la tensión que se establece entre el mundo real y el
ficcional, ya que este debe ser plausible y verosímil en cuanto que
el lector acepte la posibilidad de que una novedad o nóvum
altere la realidad por él conocida, bien en un futuro próximo o
lejano, bien en un presente o pasado reciente alternativo (Moreno
2010: 194-195). El resultado de la introducción de este “elemento
insólito” es un “extrañamiento” del lector que, sin embargo,
“queda en un segundo momento explicado con el recurso al discurso
científico-tecnológico” (Córdoba 2011: 72).
Así,
bien sean los viajes en el tiempo, el contacto con una civilización
extraterrestre, la existencia de ciborgs o los viajes
intergalácticos, el nóvum de una novela de ciencia ficción debe
ser asumible en cuanto consecuencia posible de un hallazgo científico
o tecnológico desarrollado desde el presente que comparten autor y
lector. El relato, en consecuencia, especula sobre lo que pasaría o
habría pasado si tal o cual cambio tuviera o hubiese tenido lugar.
¿Es esto lo que lo hace más inquietante? Recordemos que hay una
justificación científica, más o menos cercana al propio discurso
de la ciencia, tras la trama de El extraño caso del Doctor Jekyll
y Mr. Hyde, de La
guerra de los mundos, de
La invención de Morel
y de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,
pero no en Drácula,
La metamorfosis, El
señor de los anillos, El
león, la bruja y el armario,
Alicia en el país de las maravillas
o La autopista del Sur.
Por mucha variedad que
podamos encontrar entre los ejemplos de esta lista, la suposición de
que los hallazgos científicos condicionan los hechos del argumento
es capital en esta distinción. De
ahí el nombre del género, por supuesto.
Pensemos
de nuevo en aquel niño. Años después de ver Conan, el bárbaro,
leyó Frankenstein, de Mary Shelley. Más allá del icono
desgastado y hasta parodiado del monstruo con tornillos, ¿qué lo
embauca o aterroriza? No son las descripciones eludidas por los
narradores, pues a la “criatura” no se le pone ni nombre. Algo,
sí, la trama angustiosa, autodestructiva para ambos, creador y
creado, la persecución incansable hasta el confín del mundo. Pero,
sobre todo, la potencia de ese nóvum universal y, hasta hoy, de una
vigencia sorprendente. La especulación ficcional de esta novela la
coloca como piedra angular del género: ¿y si alguien hubiera tenido
la posibilidad técnica, por medio de una ardua investigación
científica, de crear un ser vivo nuevo?; ¿podría razonar?; ¿podría
convivir con los seres humanos?; ¿qué consecuencias tendría su
diferencia, su carácter de único representante de una nueva
especie?; ¿o sería en realidad como nosotros?
Doscientos
años después, el eco de estas preguntas sigue retumbando. Quién no
ha empatizado con la terrible soledad de la criatura desterrada, su
resentimiento universal, su ansia vengativa; quién no ha sentido la
culpa del genio irresponsable de Victor Frankenstein. Este es el
poder que la ficción prospectiva es capaz de desarrollar, su típica
tensión entre el mundo real y el posible, que, un paso más allá
del nuestro (o en un lugar paralelo alternativo), conlleva una
reflexión sobre el presente que es la marca del género. No en vano,
¿quién no ve la sombra de la criatura de Shelley en el replicante
Roy Batty mientras pronuncia el monólogo más recordado de la
historia del cine? ¿O es al revés?
No
quiero decir que otras reflexiones no puedan darse a partir de los
mundos posibles creados desde otros géneros ni que toda la
literatura de ciencia ficción mantenga la misma vigencia. Solo que
esta es una característica propia, pues ningún otro tipo de ficción
“trata de la construcción de un momento hipotético” (Córdoba
2011: 54) o se basa en
una
contraposición entre dos instancias temporales: el presente
histórico […] y la transposición ficcional de las condiciones
predominantes en ese periodo a otro tiempo, usualmente el futuro
(Cano 2006: 60).
De
ahí la “actitud crítica” que resulta tan interesante para el
lector, pues permite plantearse dilemas y explorar significados que,
de otro modo, serían pura abstracción. El poder de la imaginación
prospectiva puede llegar hasta el punto de crear el término “robot”
antes de que exista la máquina real que merezca tal nombre (Čapek)
o formular las leyes de la robótica por primera vez en un relato
(Asimov).
Estas
características del género lo hacen especialmente atractivo para
plantear problemas contemporáneos, más aún en este maremágnum en
el que la innovación tecnológica parece haberse independizado de la
propia ciencia y acelerado su ritmo. Planteémonos, por ejemplo, cómo
será entonces nuestro mundo en 2070. Pero no en series británicas
como Years and years o Black Mirror ni en películas de
Hollywood como Interstellar. En una novela. En castellano.
3.
BURLAR A LA MUERTE
Publicada hace apenas unos meses,
Sinfín es la última novela del argentino Martín Caparrós,
nacido en 1957. El relato es la transcripción de la investigación
periodística que la “relatora” Lin Antúnez desarrolla durante
tres años, entre 2069 y 2072. Su objetivo es reconstruir la
verdadera historia de ‘tsian’,
la mayor innovación de la historia de la humanidad, la que ha
terminado por cambiar la historia del mundo en las últimas décadas,
desde mediados del s. XXI. Y ¿qué es ‘tsian’? Nada menos que la
posibilidad de transferir la mente de un ser humano a una máquina,
un repositorio, una especie de disco duro, para que, así, abandone
definitivamente su cuerpo y, en lugar de morir, siga viviendo
indefinidamente en una realidad virtual previamente diseñada. ¿Para
siempre?
Tal es el centro del nóvum que
plantea Caparrós en la novela. Algo tan desmesurado como una
eternidad de facto, la burla definitiva de la muerte. Lin
Antúnez narra la historia de ‘tsian’ desde la atalaya del éxito
incontestable de la nueva técnica, que ha cambiado el paradigma de
la historia. Pero, incluso desde ese punto, se cuestiona: ¿quién y
cómo inventó ‘tsian’?; ¿cómo y por qué se expandió su uso?
Y, claro, para averiguar, siguiendo la técnica de los antiguos
periodistas, tiene que preguntar. Preguntas incómodas, seguramente,
para una sociedad ensimismada ante el nuevo futuro.
El lector recorre las páginas
del extenso reportaje que incluye entrevistas, declaraciones,
sumarios de hechos “históricos” y reflexiones mientras descubre
cómo ha sido la evolución del medio siglo de futuro que le espera
y, sobre todo, la génesis y triunfo de ‘tsian’. ¿Cómo ha sido
posible? El hallazgo no es, desde luego, fruto de la magia, sino de
las investigaciones de ciertos oscuros científicos, de ahí que la
novela utilice sin dudarlo las convenciones del género, no solo por
situar al narrador en una perspectiva futura de cincuenta años, sino
también por explicar cómo se llevó a cabo el descubrimiento. Esa
parte razonada de la imaginación, ya se ha advertido, es clave en
este tipo de ficción.
Así, Lin Antúnez relata sus
pesquisas sobre el proyecto, los experimentos, la investigación y el
desarrollo de esta técnica de transferencia del cerebro. Y lo que la
relatora averigua contradice (la finalidad del oficio de periodista
es, en todo momento, uno de los motores de la novela) la versión
oficial, conocida como “La Más Bella Historia”. Por su final
feliz, se entiende. Un relato casi mítico, de sacrificio y audacia,
que encumbra a la fundadora e inspiradora del proyecto: Samarin Ben
Bakhtir, Samar. Y, como tal, un relato parcial e interesado
que pretende liberar a la humanidad de cualquier cargo de conciencia
por los métodos empleados en su desarrollo.
La historia, veloz y absorbente,
se despliega desde la década de los 30 hasta el presente de la
narradora, unos treinta y cinco años de tentativas, vaivenes,
obstáculos, cambios de propósito, gestión, alcance y difusión.
Desde los experimentos criminales en la sórdida clínica de Badul en
Patagonia hasta el “’Tsian’ para todos” proporcionado por los
estados a partir de 2059 (China, claro, fue la primera), pasando por
la elitista empresa de Torino en la que empiezan a transferirse por
cifras astronómicas y a cuentagotas los cerebros de algunos
millonarios.
Pero tan apasionante como la
trama que va siguiendo las vicisitudes del mayor invento de la
humanidad es el descubrimiento progresivo que el lector va realizando
de la historia que le espera, de todos los cambios que el mundo
experimentará en las próximas décadas. Esta operación de lectura
que propone Caparrós, una indagación sobre el porvenir de la
humanidad, es, en el fondo, como siempre en este género, una
pregunta sobre la actualidad. Porque
La
obra de ficción del futuro se esconde tras el presente: se subordina
a este; y de alguna forma borra su artificio al ofrecerse como una
nueva continuación de la “realidad” en la esfera literaria, una
mera continuación lógica y casi automática de procesos y fenómenos
identificables en el presente (Córdoba 2011: 106).
He
ahí el efecto de la ciencia ficción sobre el lector, obligado por
el texto a examinar el futuro planteado como “continuación lógica”
de su mundo y, por lo tanto, a reflexionar sobre los aspectos de este
que determinarían dicha deriva histórica. Sobre todo, y de ahí que
predomine esta posibilidad tanto en la narrativa como en el
audiovisual, en el caso de que sea un futuro poco halagüeño. No
obstante, el autor debe poner cuidado en lograr que tal proyección
resulte lógica en el relato, creíble. Si no, el pacto de lectura
sería otro. La expectativa, diferente.
4.
PORVENIR
¿Puede,
entonces, resultar verosímil el futuro? Creo haber explicado más
arriba que esa es precisamente la característica fundamental de la
ciencia ficción, sobre todo cuando tiende al relato especulativo,
cuando realiza una “prospección” en el tiempo para construir una
alternativa plausible para el lector. Y si el mundo de Sinfín
resulta verosímil, ¿cómo lo ha conseguido su autor?
Su
imaginación extraordinaria ha dispuesto cambios radicales en el
futuro próximo, pero siempre dejan la sensación incómoda de que
son cambios, por qué no, posibles y hasta lógicos. Por trágicos o
asombrosos que parezcan ciertos acontecimientos, la formación
periodística e historicista de Caparrós ayuda a construir un mundo
alternativo que, por desgracia, no resulta descabellado. Muchos de
ellos son, desde luego, consecuencia de las dinámicas geopolíticas,
sociales y económicas que hoy se pueden vislumbrar, pero en realidad
afectan a toda una concepción de la vida humana, puesta en cuestión.
El
relato proporciona a estos cambios el estatus de los hechos
históricos, ya que aparecen sumariamente narrados por una voz, la de
la relatora (periodista en un futuro en que este oficio no se
entiende como tal), que con cierta frecuencia se dirige a los
lectores para decirles que “todos ustedes saben” (pág. 235).
Esto es, Lin Antúnez reconstruye la historia de ‘tsian’ contra
la versión oficial, pero al situarla en el contexto histórico la
relaciona con acontecimientos de sobra conocidos por todos sus
lectores, los narratarios de 2072. Luego nosotros, lectores de 2020,
no tenemos más remedio que asumirlos, más allá de que ninguno de
estos hechos, a pesar de su trascendencia, pueda alcanzar la
espectacularidad y el impacto de la invención del paraíso (eso
significa ‘tsian’ en chino) en la Tierra.
Página
a página y de forma progresiva, tal y como es propio de la retórica
del género según Moreno (2010: 230), estos cambios contextuales
producidos en el futuro se van introduciendo en paralelo a la
historia de ‘tsian’ con una naturalidad pasmosa, pues se dan por
sobreentendidos para los narratarios del texto de Lin, introduciendo,
como se verá más abajo, términos inventados y modificaciones de
los ya existentes. Además, se van colando algunas referencias a
personajes reales, como el Papa Bergoglio o Xi Jinping. Veamos un
resumen de esta historia abreviada del s. XXI:
-
Clima: la temperatura del
planeta sube definitivamente; el cambio afecta a las regiones
templadas, Europa sobre todo, pero se desarrollan nuevos sistemas de
refrigeración que permiten continuar viviendo en lugares muy
calurosos. Surge la selva en la Patagonia y el desierto en el sur de
Europa. El turismo de playa se desplaza… al Báltico.
-
Tecnología: numerosos
inventos y técnicas son imaginados sobre la evolución de los ya
existentes; así, la Trama sustituye a internet, pues supone un
sistema más complejo de relaciones comunicativas y almacenamiento
de toda la información existente; las “holos”, que desarrollan
el concepto actual de lo audiovisual y se convierten en el formato
de relato universal; los “quantis”, sustitutos de los
ordenadores; los “kwasis”, primeros robots; los viajes en drones
o conducidos por robots choF; la comida “autónoma”; el programa
Trad, que elimina a los intérpretes gracias a su “panlingua”;
los “intras”, dispositivos intraoculares no solo para ver mejor,
sino para registrar lo que se ve y analizarlo; los “truVí”,
especie de entornos virtuales que añaden sabores, olores y tacto a
lo audiovisual, y que acaban sustituyendo al sexo en presencia, los
viajes…; el recambio de órganos del cuerpo para alargar la
esperanza de vida más allá del siglo; y, finalmente, la “reVida”
customizada en que consiste ‘tsian’.
-
Política: los estados se
desploman ante el poder de las Corpos; medievalización (división
nacional y regional) de Europa; supervivencia de las grandes
capitales, aisladas del resto; creación de Tainam, Latinia y de un
nuevo Estado Brasiliense; poder de China e India, sobre todo la
primera, único estado “fuerte”; emigraciones masivas, la
mayoría desde África; división del mundo y abandono definitivo de
los “incontables”, los cientos o miles de millones que quedan
fuera de los avances tecnológicos y viven en territorios
devastados.
-
Economía: la
robotización conlleva una pérdida masiva de empleos, por lo que se
generaliza la rentUn, un subsidio por no trabajar, pero que apenas
permite alguna expectativa; la imposición de China como único
estado fuerte generaliza el yuan como moneda; la comida
“autónoma”, artificial, conlleva el desprestigio y abandono
definitivo del campo y sus actividades.
-
Sociedad: normalización
del cambio de sexo y reestructuración del género en “hombres,
mujeres y fluides”; reivindicaciones ligadas al derecho a una
#VidaMásLarga, primero y a ‘tsian’ más tarde; aislamiento
de los cuerpos frente a la realidad, tendencia a “alejarse”
(pág. 46) de
ellos, virtualizarse; nuevas doctrinas filosóficas sobre la muerte,
“inmortalistas”, “maquinistas” y los “Perfes”; extinción
de la palabra escrita, que la narradora conserva como “vieja
tradición” (pág. 95); relativismo
absoluto ante la inmensidad de la información en la Trama; caída
definitiva de las religiones ante la general no aceptación de la
muerte; no obstante, la Guerra de Dioses entre “islamos” y
“catolos” hasta la imposición de ‘tsian’, fanatismo.
Tal
es el nóvum propuesto por el autor. Una imagen de un mundo cambiado
pero reconocible, perturbadoramente familiar ahora que estamos a
punto de empezar una década de inmersión en lo virtual,
globalización problemática, tensiones entre estados, migración,
epidemias, incertezas… Porque “la fuerza del género se basa
precisamente en nuestra real impresión del desconocido «futuro»”
(Moreno 2010: 256).
Desplegado
en una cronología, la historia que viene, la “prospección” del
autor, quedaría más o menos así:
¿Podría
ser este el porvenir del mundo? ¿Si existiera ‘tsian’ el próximo
desastre sería admisible?
5.
INTERROGANTES
¿Cuál es el propósito de
semejante trabajo imaginativo, esta invención del próximo medio
siglo de la historia? Evidentemente, es doble: según la lógica
interna del relato, proporciona a la invención de ‘tsian’ un
marco razonable en el que llevarse a cabo, justifica su triunfo y el
presente de la narradora; pero también es imprescindible, más allá
de esta lógica interna, para suscitar en el lector las preguntas y
reflexiones que el autor va desgranando.
Ya
se ha mencionado que una de las características fundamentales de la
ciencia ficción es su actitud crítica, su cuestionamiento del
presente. Caparrós utiliza el tiempo futuro con esta finalidad, en
efecto, puesto que
adentrarse
en el futuro implica profundizar en una de las inquietudes más
trascendentales del ser humano: lo desconocido, lo que no sabemos si
llegaremos a ver y, más importante aún, la consecuencia última de
nuestros actos. […] Literaturizar el futuro implica llevar la
ficción a sus máximas consecuencias, explorar uno de los límites
(Moreno 2010: 257).
Estas
inquietudes no son solo nuestras, lectores de 2020, sino que
reproducen las que el relato de Lin quiere transmitir a sus
narratarios de 2072 y las que ella misma introduce como comentario o
reflexión (en párrafos marcados entre paréntesis) a las palabras
de los entrevistados o la relación de acontecimientos. Porque,
aunque parezca que no tiene sentido, “el trabajo de un relator es
decir cuando no debería” (pág. 432), provocar la suficiente
incomodidad como para plantearnos nuestra propia historia, por mucho
que esta simule un final feliz.
La
investigación de la narradora va lanzando dilemas e interrogantes
según se acerca a los hechos ocultos bajo la versión oficial de
LaMásBella. Al fin y al cabo, ‘tsian’ surge de las
investigaciones de las Corpos médicas fabricantes de órganos
artificiales en su afán de prolongar al máximo la vida humana. Como
consecuencia, se trastocan los conceptos de la juventud y la vejez,
extraordinariamente alargadas, pero se observa un cansancio derivado
de la dificultad de morirse. ¿Es deseable vivir tanto? ¿Es bueno
ser viejo más tiempo, tanto tiempo? Y si, llegado a cierta edad,
alguien te preguntara si prefieres no ser más viejo y elegir cómo
pasar el resto de una eternidad de tiempo indefinido, ¿qué harías?
¿Transferirías tu cerebro, cortado en láminas? ¿Dejarías por fin
tu cuerpo muerto, desechado? Inevitable la búsqueda de un invento
como ‘tsian’, que a la vez eluda la muerte cerebral y, además,
se deshaga de la carga de lo físico. ¿Quién soportaría la
angustia existencial y la ansiedad ante una muerte accidental cuando
existe la posibilidad de asegurarse un futuro para siempre?
Las
reflexiones sobre el cuerpo y sus límites son constantes a lo largo
de la novela. Mientras la tecnología consigue desvincular cada vez
más a las personas del mundo empírico, incluso para el sexo y el
ocio, y algunos dispositivos tecnológicos se integran bajo los
tejidos, el cuerpo parece un estorbo. Caparrós conecta aquí
hábilmente la historia con los postulados referentes al
posthumanismo y el transhumanismo, pero sin mencionarlos. No en vano
es necesario un soporte físico, informático, para la ‘tsian’ de
cada uno, lo que implicaría transformar lo humano en máquina y
aislarlo del mundo real. Pero ¿sigue siendo una persona el cerebro
transferido a un entorno virtual, por muy sofisticado que este sea?;
¿se puede llamar vida a esa “reVida” programada en un mundo a la
carta pero acotado?
Otro
de los puntos clave de la investigación de Antúnez es el origen
ciminal y, desde luego, inmoral, de las investigaciones que
permitieron el desarrollo de ‘tsian’. Badul y Van Straaten
experimentaron con cientos de personas y ni siquiera al final del
proceso, con la transferencia del cerebro de este último, alcanzaron
una solución satisfactoria, aunque fuera imprescindible para lo que
vendría después. ¿Cuántas muertes se pueden justificar ante la
importancia del descubrimiento? La propia Lin se lo pregunta, a pesar
de ser ella quien ha hurgado en la basura:
¿Qué
sentido tiene revolver ahora los orígenes? […] Sé que no le
importa a nadie. A lo sumo, alguno dirá que fue un sacrificio
razonable -porque no fue el suyo. Es fácil sostenerlo: si murieron,
digamos, 500 personas o 5.000 personas para que 5.000 millones ahora
se regodeen en sus ‘tsian’, quién podría decir que no fue un
buen negocio (pág. 432).
Y
aun siendo así, Badul no muere tranquilo (porque él muere de
verdad, sin transferirse) hasta asegurarse de que alguien sabe la
verdad y la va a contar. ¿Qué teme, después de ser el artífice
del mayor progreso de la humanidad? ¿A su propia moral? ¿Alguien
sería capaz de firmar el resultado de esta ecuación? Y si otros
acontecimientos, consecuencia directa de nuestras decisiones, como la
Guerra de Dioses, mata a millones, ¿por qué rechazar la
investigación sobre humanos, el despiece en taller de unos cuantos
en beneficio de todos?
Sinfín
relata un cambio trascendental en la historia de la humanidad: el fin
de la muerte como la habíamos conocido, una paz definitiva. Y, sin
embargo, confirma sin sonrojo que nunca los avances son para todos,
que el progreso no va a llegar a todas partes. Una quinta o sexta
parte de los ciudadanos del mundo seguirá muriendo, enfermando,
sufriendo igual que antes (Latinia, África, Asia Triste). Se
constata que la igualdad es imposible; el acceso universal, una
quimera. Sea cual sea el trayecto siempre va a haber excluidos.
Y
también, cómo no, los personajes. ¿Quiénes han logrado tamaño
logro? ¿Quiénes son los protagonistas de una historia como esta? La
novela presenta, a través de las entrevistas con Badul, Liao, Mei,
Galdós y Senhora y las investigaciones sobre la Dama Ding
(presidenta de China), Gao Alasha y, por supuesto, Samar, una amplia
galería de personajes de dudosa reputación, intereses espurios y
tendencia al cinismo que se convierten en responsables del mejor
momento de la historia. ¿Será que está la humanidad condenada a
depender de la audacia, la ambición o la irresponsabilidad de unos
cuantos para dar los pasos que la emancipen? Y si la propia historia
de ‘tsian’, más allá de la bella historia oficial, es oscura y
azarosa, ¿es que siempre dependerá el futuro de ciertas
casualidades, como el encuentro entre Samar y Badul que condiciona
todo y todo lo empieza (págs. 103-111; 125-128)?
La
relatora responsable del texto duda, además, en varias ocasiones del
propio sentido de su investigación y de la labor propia de los
periodistas de antes. Se muestra confusa desde que por azar encuentra
en Darwin un cabo suelto de LaMásBella. Quiere contar la verdad,
armar la historia, reunir toda la información posible, pero reconoce
que “toda historia es la simplificación de una historia: el
fracaso en mostrar los infinitos matices de una historia” (pág.
95). ¿No es eso siempre el periodismo? ¿No lo son los relatos de la
Historia? Para colmo, en la última página del libro un código QR
proporciona el enlace a las anotaciones que un improbable lector aún
más futuro del texto que acabamos de leer hace sobre lo que le
parecen simplificaciones o incorrecciones en el texto de la relatora.
¿Qué palabras entonces fueron ciertas? Si tampoco ella fue objetiva
¿quién lo es?
Finalmente,
Lin Antúnez añade al relato las anotaciones de su diario (págs.
461-480). Dos meses de 2072 en que se exacerban las dudas y conoce a
quienes se oponen a ‘tsian’ clandestinamente. No duda de la
historia que ella misma ha reconstruido, sino de la propia entidad de
‘tsian’. Porque, tal y como le plantean estos nuevos
revolucionarios, no hay pruebas de cómo es ‘tsian’ una vez
dentro ni de cómo funciona. ¿Podría entonces este “paraíso”
ser nada más que una nueva ficción como lo fue aquel de los
antiguos? Todo lo que supongamos vivir más allá de este cuerpo ¿no
es en el fondo una ficción? ¿Importa que lo sea en “un mundo
feliz”?
6.
¿UTOPÍA?
En
efecto, la última de las siete partes en que Lin Antúnez divide su
relato sobre la evolución de ‘tsian’ se titula “Un mundo
feliz”. ¿Es este adjetivo tan irónico como en la novela de Huxley
o refleja verdaderamente la superación de una de las mayores crisis
de la humanidad, el hallazgo de un futuro mejor? O, dicho de otra
manera, ¿estamos ante una distopía o una utopía?
Parecería
temerario, desde luego, que Caparrós se lanzara en estos tiempos a
escribir un relato utópico. La distopía, con criadas subyugadas a
sus amos, zombis caminando o abejas mecánicas dirigidas por un
hacker asesino, es predominante en la ficción literaria y
audiovisual más actual. El furor tecnológico se mezcla en este
principio largo del siglo con una falta de horizonte y un relativismo
moral feroz. Rápido, sí, pero sin saber adónde.
Y
sin embargo Sinfín, como novela, ofrece un futuro tenebroso
que se hace razonablemente próspero en su última década gracias a
‘tsian’ y su difusión, una vez intervenida la empresa por el
gobierno chino. A partir de 2062 se acabarán las guerras y la
angustia y cada vez más gente disfrutará de lo más próximo a una
vida feliz. No todos, bien es cierto, pero quién se atrevería ahora
a narrar el futuro como si fuera una Arcadia renacentista. No, no se
trata de una distopía, aunque lo parezca durante muchas páginas.
¿Utopía? No, tampoco. A pesar de que la inmortalidad conseguida por
los usuarios de ‘tsian’ parezca la confirmación de una
aspiración legítima, eterna del ser humano.
Tal
vez sea este uno de los aciertos de Caparrós: este medio siglo que
viene será como siempre es nuestra historia, parece decir; traerá
debacles y hallazgos, el equilibrio inestable entre injusticia y
progreso, bandazos. Se percibe en el relato lo que para Moreno (2010:
312) es el “poso amargo” inevitable en todo relato prospectivo,
porque el futuro nunca complace las expectativas de la humanidad.
Incluso en el origen del mayor invento imaginado, del más poderoso,
puede haber un crimen. La supuesta inmortalidad, sospechas e
imperfecciones incluidas, ha tenido un precio.
Creo
que, en este sentido, Sinfín se sitúa en la línea de otras
tres ficciones prospectivas recientes, la novela Rendición,
de Loriga (2017), y las series de Channel 4 y Netflix Black Mirror
(2011-2019) y de la BBC Years and Years (2019),
por ejemplo. En la primera, una ciudad transparente se ofrece como
refugio para los protagonistas y el resto de desplazados por un
cataclismo bélico. Si el exterior de la ciudad es distópico, el
interior es utopía descorazonadora: reglas estrictas, control y vida
supeditada a la falta de autonomía e intimidad. A cambio, la
seguridad de que nada va a faltar, el orden, la salvación del
desastre. La sombra de Huxley es alargada. El narrador, sin embargo,
no lo soporta y huye. Con todas las consecuencias. Si esta es la
utopía, yo me bajo, parece ejemplificar.
El
episodio titulado “San Junípero” (2016), de la segunda,
representa un mecanismo parecido al de ‘tsian’: San Junípero es
un lugar paradisíaco al que las mentes de los fallecidos se retiran
para disfrutar indefinidamente de sus mejores años, rescatando la
fuerza y el atrevimiento de los tiempos de su juventud. Unas
vacaciones eternas. Un perpetuo fin de semana que se ofrece en
versión de prueba unas horas a la semana solo para aquellos ancianos
abocados al final sin remedio para que decidan qué prefieren: ser
transferidos definitivamente a San Junípero o la nada. Y, claro, la
nada aterra. En todas las reseñas sobre el episodio se destaca su
final feliz, su segunda oportunidad para las mujeres protagonistas.
No obstante, flotan muchas de las preguntas que también lo hacen en
Sinfín: ¿puede ser vida esa realidad virtual?; ¿alcanza
para todos? El argumento no ensaya respuestas porque se centra en
cómo las dos mujeres llegan allí, en cómo comienzan a vivir su
segundo tiempo. O su prórroga, según se mire. Pero ese “poso
amargo” resulta ineludible.
La
trama de la tercera ofrece aún más puntos en común con la novela
de Caparrós: se sitúa en un horizonte temporal concreto (muy
cercano en este caso: 2019-2034) en el que la innovación tecnológica
(mayordomos virtuales, internet evolucionada, implantes cíborg) se
desarrolla a la par que el nacionalismo, la disgregación europea, un
ataque nuclear, crisis bancaria, epidemia, campos de concentración,
intolerancia… El escenario, una vez más, parece distópico pero
reconocible. Se diría, pues, que nos espera un mundo francamente
peor. La especulación social y política es hermana de la que Sinfín
desarrolla en sus páginas. Igual de graves los acontecimientos
históricos futuros, también narrados bajo la lógica de los medios
de comunicación a través de sumarios y resúmenes similares a los
que Caparrós da cabida en algunos capítulos, al menos en uno de
cada una de las siete partes de la novela. Y, sin embargo, las
acciones finales de los hermanos Lyons, protagonistas de la serie,
permiten la caída del régimen autoritario y la liberación de los
campos de concentración, augurando un futuro mucho más próspero y
apacible después de esta década turbulenta. Además, en un epílogo
esperanzado y, al mismo tiempo, chocante, Edith Lyons, enferma
incurable de cáncer, se presta a un experimento consistente en,
atención, la transferencia de la información de su mente a una base
de datos desde la que, tal vez, podría seguir en contacto con su
familia. ¿No es una coincidencia sorprendente?
Es
destacable, en todo caso, cómo estas ficciones se distancian de la
distopía absoluta de otras como, por ejemplo, La carretera,
de McCarthy (2006). En las
anteriores, como en el Ensayo
sobre la ceguera, de Saramago
(1995), el desastre acaba por remitir y deja entrever un futuro
habitable, aun con todos sus condicionantes. La
respuesta puede ser sencilla: lo desconocido da miedo y tememos que
se desarrolle a partir de nuestros errores presentes un porvenir
amenazante. La ficción explora esas posibilidades, las imagina para
que seamos más prudentes o más audaces. Difícil elección.
7.
POCO COMÚN
Ya
he explicado antes que no soy un lector asiduo del género a pesar de
participar de ese imaginario construido a base de naves espaciales,
viajes en el tiempo o tecnologías alucinantes. Puedo, no obstante,
asegurar como filólogo que la ciencia ficción es, en conjunto, una
narrativa poco común en España, sobre todo en comparación con
otras literaturas. El caso de Hispanoamérica no es demasiado
diferente, a pesar del prestigio de Borges y Bioy Casares, tal y como
aseguran las monografías consultadas. Puede constatarse que continúa
una relativa marginalidad del género pese a ciertos éxitos de
crítica (Paz Soldán, Barceló, Carrión, Ibáñez, el propio
Loriga), aunque la situación haya cambiado sustancialmente en cine y
televisión. Según Moreno (2018:177): “desgraciadamente en España
apenas se explotaron las posibilidades transgresoras del género,
tanto en lo formal como en su contenido, pese a los diferentes y
tímidos intentos durante el siglo XX”.
Algo,
no obstante, está cambiando. Esta novela de Martín Caparrós, tan
española como argentina por lo que afecta a la formación de su
autor y al desarrollo de su carrera, puede formar parte al menos de
una última hornada prometedora si no de un cambio de paradigma,
puesto que, además, se sitúa claramente dentro de la ficción
prospectiva como tal, un terreno que ha sido próspero en otras
culturas. El propio Moreno afirma, al final del mismo artículo, que
en
las primeras décadas del s. XXI, la ciencia ficción se ha
convertido en el género experimental español por excelencia. Ningún
otro género literario muestra la osadía de la ciencia ficción ni
se ha atrevido a implementar en la narrativa los descubrimientos de
las vanguardias. De este modo, lejos de mostrar un arcaísmo
innecesario o nostálgico, su mirada radical a la actualidad
sociopolítica y cultural ha colocado sus novelas en una situación
excepcional que, por desgracia, no cuenta con el apoyo de las ventas
(Moreno 2018: 192).
Si
bien yo no suscribiría ese “por excelencia” de la cita, creo que
es justo reconocer que la ciencia ficción está desarrollando en la
actualidad una narrativa interesante, en modo alguno inferior a los
mejores ejemplos de cualquier otro subgénero narrativo. En el caso
de Sinfín puede constatarse, desde luego, la “osadía”
del párrafo anterior tanto en el aspecto formal como en crítica
social, política y cultural.
Se
trata, en el plano formal, de una novela extraña por la manera en
que se presenta la trama. Debe recordarse que Lin Antúnez, la
narradora, es una relatora que ha investigado la historia de ‘tsian’,
así que ella apenas aparece como personaje más que en las páginas
finales de su diario y en los viajes necesarios para las entrevistas.
Apenas sabemos de su pasado (págs. 91-94) y de todas formas este no
es relevante. El resto de personajes solo aparece como tal en las
entrevistas (Juliano, Badul, Galdós, Mei, Liao, Senhora), que no
dejan de ser una supuesta transcripción de sus palabras, mientras
que el resto de sus vidas y acontecimientos (como los relativos a
Samar, por ejemplo) aparecen apenas como narración sumarial de
hechos, solo interrumpidos por los comentarios y reflexiones de Lin
(entre paréntesis, como si no formaran parte del texto definitivo).
Lo que quiero decir es que el relato, utilizando recursos de la
crónica, el reportaje o el ensayo de divulgación histórica, tiende
a la objetividad y al distanciamiento con el lector, sin permitirle
empatía alguna con los personajes responsables de la historia.
Caparrós no busca que el lector se identifique con quienes han
intervenido en la creación y desarrollo de ‘tsian’ sino, igual
que pretende Lin Antúnez con sus narratarios de 2072, explicarles la
historia reciente de la humanidad a partir de su mayor logro. Que
sean conscientes de los pasos dados, de los sacrificios que la
humanidad ofrece cada vez que cree avanzar.
En
su relación con la crítica a la sociedad, la política o la
cultura, espero haber demostrado en el punto anterior que la novela
aprovecha las virtudes de la ciencia ficción para provocar en su
público reflexiones interesantes, ya que aborda algunos de los temas
más actuales: los límites de la ciencia, la medicina y la
tecnología, su relación con las decisiones morales, la angustia
ante la muerte, la desigualdad, el fanatismo, el manejo de la
información y el papel del periodismo… En este sentido debe
destacarse la habilidad de Caparrós para introducir en el relato
referencias constantes a las dinámicas geopolíticas e históricas
que podrían ser consecuencia de la situación actual, de tal forma
que un lector que siga la información de los medios no podrá sino
reconocerlas (y, en consecuencia, sentir una cierta inquietud ante lo
que le espera). Estos, en definitiva, son los valores de la novela.
8.
DUDA Y CERTEZA
“¿Quieres
vivir para siempre?”, preguntaba aquella guerrera indomable a Conan
para animarlo a la batalla. Un enfrentamiento temerario, en
inferioridad, contra el pronóstico. Desesperado, tal vez. El final
de ambos personajes es de sobra conocido. Pero llama la atención que
en ficciones actuales se esté problematizando la misma pregunta. En
esa tendencia se sitúa Sinfín. La sociedad, abrumada por el
desarrollo tecnológico y científico, se ve mucho más cerca de la
eternidad y está aún más angustiada por la posibilidad de una
muerte cada vez más postergada, al menos en los “países lógicos”
(por utilizar la misma palabra con que la novela alude al mundo más
desarrollado).
Pero,
por mucho que se la eluda o pretenda aplazarse la muerte sigue ahí.
Durante este 2020, además, encarnada en la amenaza de un virus
nuevo, en un incremento exponencial de los cadáveres como el que
acabamos de vivir. La Historia suele encargarse de recordar cada
cierto tiempo esta debilidad. Un trabajo desagradable. Así que,
aunque la posibilidad sea tentadora, la realidad es tenaz. No está
de más, de todas formas, plantear el fondo de la cuestión. Las
ficciones con las que la humanidad se ha imaginado el más allá, se
llamen paraíso o se construyan con los mecanismos de la realidad
virtual, ¿no dejan de ser una ilusión, una aspiración a la
perdurabilidad que el futuro siempre desmiente?
Al
fin y al cabo es esta vida la única certeza. Y quizá aterrorice
tanto el siempre como la nada. Las dudas de Lin Antúnez en el
desenlace de Sinfín nos devuelven a este punto. No hay otro
camino y en el fondo es imposible saber cómo ni qué. No hay,
tampoco, nada más humano.
Tengo
que hacerme cargo de mis dudas. Contar todas mis dudas. No contarlas
como dudas de otros. Es el viejo truco que solemos emplear los
relatores: otros dicen, yo no digo nada, yo solo digo lo que dicen
otros. Ya he escuchado a los otros, ya los he citado suficiente; al
fin y al cabo, son solo personas que tienen, como yo, ideas sobre el
tema, que me dan sus opiniones, que me permiten -con sus opiniones-
disimular las mías o, incluso, contrabandear las mías. Tengo que
hacerme cargo (pág. 477).
BIBLIOGRAFÍA
CANO, Luis C. (2006):
Intermitente recurrencia. La ciencia ficción y el canon literario
hispanoamericano. Buenos Aires: Corregidor.
CAPARRÓS, Martín (2020):
Sinfín. Barcelona: Penguin
Random House.
CÓRDOBA
CORNEJO, Antonio (2011): ¿Extranjero en tierra extraña?
El género de la ciencia ficción en América Latina.
Sevilla: Universidad de Sevilla.
LÓPEZ-PELLISA,
Teresa (2018): “Introducción”.
En López-Pellisa,
Teresa (ed.) Historia
de la ciencia ficción en la cultura española.
Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, pp. 9-46.
LORIGA,
Ray (2017): Rendición.
Madrid: Alfaguara.
MORENO,
Fernando Ángel (2010): Teoría de la Literatura de Ciencia
Ficción. Poética y retórica de lo prospectivo. Vitoria:
Portal Editions.
MORENO,
Fernando Ángel (2018): “Narraativa
2000-2015”.
En
López-Pellisa,
Teresa (ed.)
Historia
de la ciencia ficción en la cultura española.
Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, pp. 177-195.
WAINBERG,
Romina (2018):
“Cyborgs, androides y post-humanos en la literatura argentina
contemporánea. Nuevos cuerpos, nuevos modos de agencialidad”.
Ponencia disponible en Academia.edu.
Enlace:
https://www.academia.edu/34540394/Cyborgs_androides_y_posthumanos_en_la_literatura_argentina_contempor%C3%A1nea._Nuevos_cuerpos_nuevos_modos_de_agencialidad
SERIES Y PELÍCULAS:
En
el cuerpo del ensayo se hace referencia a las películas Conan,
el bárbaro (Milius, 1982),
Star Wars, (Lucas
1977-1984),
Blade Runner (Scott,
1982),
2001: una odisea en el espacio
(Kubrik, 1968), Terminator
(Cameron, 1984), Alien
(Scott, 1979),
Regreso al futuro
(Zemeckis, 1985),
Robocop (Verhoeven,
1987), Interstellar
(Nolan, 2014).
No obstante, tienen mayor
trascendencia las referencias a dos series de televisión:
Black Mirror, producida
por Channel 4 y Netflix (2011-2019). Episodio: “San Junípero”
(2016), tercera temporada.
Years and years
(2019), producida por la BBC, seis
episodios.