lunes, 13 de agosto de 2012

Todo está bajo control

   No me canso de repetir que la crisis económica, pese a no haber sido provocada conscientemente por inteligencias sibilinas, está sirviendo a los dueños del capital para imponer unas condiciones a su medida y que favorezcan aún más sus beneficios. Básicamente, lo ocurrido estos últimos años supone que al inflar los precios de determinados bienes (como las casas, por ejemplo) y así generarse un unos enormes agujeros en las cuentas de los ambiciosos prestamistas, son los propietarios del capital restante los que han tomado las riendas.
   Por supuesto, los gobiernos de los estados han aceptado un pacto tácito: a cambio de seguir recibiendo el dinero suficiente para que la rueda siga girando y la máquina no se pare deben reconstruir el sistema económico, social y político del que son responsables para favorecer aún más sus intereses. Y si no, pues ya saben: ni un duro. Cada una de las "reformas" del sistema que se implantan tiene esa intención. No son tan eufemísticas como parecen: cuando hablan de reformar se refieren realmente a hacer cambios en el sistema existente, aunque nunca reconocerán ante los ciudadanos que esos cambios nunca les beneficiarán ni tendrán el valor de negarse a hacer lo que les mandan.
   Los capitalistas, es decir, los grandes propietarios, empresarios e inversores tienen la sartén por el mango. Nunca, en todo este tiempo, han perdido el control, solo que se vieron obligados a ofrecer en ciertos estados, como este, unas contraprestaciones que ahora, sintiéndose imprescindibles, sería estúpido conceder según su principio moral. Toda actividad susceptible de negocio, por ejemplo, debe formar parte de sus dominios. Incluso aquellas con las que no se atrevieron los antiguos y mojigatos capitalistas paternales. Llevan desde entonces tirando de la cuerda, apretando, pero sin ahogar. Sí, amigos, ellos también saben utilizar la moral conservadora y pacata de los refranes.
   Y no llegarán a ahogar a la mayoría. Es importante entender esto: la mayoría de la población seguirá perdiendo, pero no tanto como para quedar destrozada. La máquina puede frenar, pero no pararse, pues todo el sistema económico se hundiría de golpe. Así que el método es sencillo: hay que tirar poco a poco, milímetro a milímetro de la cuerda, sin que nadie perciba en realidad propósitos ni horizontes ni cambios radicales con su situación anterior.
   Evidentemente, también está previsto que algunos protesten, incluso que se quejen bastante, organicen movilizaciones sociales más o menos simbólicas, aparezcan lemas y hasta se pongan en huelga. Ha habido cientos de manifestaciones contra las políticas de los gobiernos, huelgas generales, en educación, sanidad y otros servicios públicos, quejas de colectivos sociales (familias de alumnos y personas dependientes, afectados por hipotecas y estafas...), actos de protesta de todo tipo, aquí y en muchos otros lugares. 
   ¿Y qué ha pasado? Casi nada. Un cambio mínimo en la conciencia de los participantes en muchas de estas movilizaciones. Un principio de unión y organización de pequeños grupos. Un puñado de acciones de éxito llevadas a cabo por muy pocos.
   Demasiado previsible. Ni siquiera una huelga indefinida que ha llegado a los ¡dos meses! sirvió para los trabajadores de la minería. Precisamente su manifestación del 11 de julio fue un triste ejemplo de qué es lo que el poder teme: mientras los sindicalistas protocalarios comenzaban su discurso protocolario la policía se llevó por delante a miles de personas porque algunos estaban tirando petardos y basura al ministerio de industria. Quisieron cortar de raíz cualquier protesta que se saliera del guion, pasando por encima de quien fuera. Lo consiguieron, pues a la hora pactada la zona de la manifestación había quedado desierta, dirigida la dispersión por aquellos sindicalistas que recomendaban "irse a casa".
   La dureza de la represión es directamente proporcional al miedo que inspiran los actos a los poderosos: lo único que no se pueden permitir es perder el control (y si no, ¿cómo se explica que bajando la estadística de delitos se convoquen más plazas de policía?). No soportan que las manifestaciones se salgan del recorrido. Que se paren los trenes. Que se ocupen las calles; las casas. Que se pongan en evidencia controles racistas. Que se colapse un aeropuerto; una autopista. Que se lleven las cosas sin pagar (y lo hagan público). Que un secretario judicial no pueda ejecutar un embargo.
   Para su alivio, de momento estos actos de desobediencia e indisciplina son escasos, la policía los reprime y los medios de comunicación los acallan. Si no fuera así podría llegar el más temido momento: que no supieran a dónde se puede llegar, qué baza jugarse; que alguien tuviera que escapar en helicóptero; que fueran intervenidas cuentas y posesiones.
   Pero para ganarles la mano e invertir el proceso hay que arriesgar, no esperar a tener la jugada perfecta que nunca llegará. Hay que echar un órdago al que casi nadie está dispuesto porque aún siente que en algún momento se puede acabar la mala racha. 
   Desengañémonos. Si el partido sige así, ya sabemos cuál será el final.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...