lunes, 21 de diciembre de 2015

Comedia negra

   Plácido. Atraco a las tres. Familia. ¡Ay, Carmela! El bosque animado. La comunidad. El verdugo. Luces de Bohemia. El Quijote. La Celestina. Miau. Todo Lope... La lista es interminable. Sea lo que sea la idiosincrasia peninsular, tiene aire de comedia amarga, de tragedia risible. Y, además, lo ha dicho Vilas
"Ha ganado el caos cómico de los españoles inteligentes.
Es decir, no ha ganado nadie.
Es la coña del pueblo español: ahora no vais a ganar ninguno".
   Vamos,  que ayer hubo elecciones y el resultado es tan tragicómico que solo puede tomarse con humor y solo puede salir mal, como, por otra parte, lleva pasando siempre. Hespaña es un país más realista que los demás porque sabe cuál es la mentira fundacional del sistema, entiende que toda la vida va a funcionar igual y se ríe de sí mismo.
   Que para ello sirvan el partido x, y o h, o incluso el recientemente creado Partido Mortadelista Filemonero Español, tanto da. No podemos ser ingenuos. Primero recordad qué bien siguen funcionando los filtros de representatividad:
  • No votan los extranjeros residentes en el país, legales o ilegales, por lo menos cuatro millones.
  • Se obstruye la votación de los emigrados.
  • No cuenta el número de abstenciones y votos nulos, algo más de una cuarta parte del total.
  • Se vota, si se hace, después de semanas o incluso de meses de bombardeo absurdo de consignas mentirosas, opiniones dirigidas y debates sin fondo. Esto mella la moral de cualquiera, claro.
  • Una vez encaminada la votación por los medios de comunicación y las instituciones oficiales, se pone en marcha el propio sistema electoral: la circunscripción provincial limita las posibilidades de terceros, cuartos o quintos puestos.
  • El reparto de escaños se hace por medio de la ley d'Hont para favorecer al primero, aunque sea por un voto, así que la proporcionalidad se hace escabrosa. Otro par de millones de votos o tres que no sirven para conseguir diputados, que quedan fuera en el reparto o no llegan al 3%.
  • Por supuesto, tu representante final (si la candidatura que votaste ha pasado los filtros anteriores) no tendrá ninguna obligación para contigo ni te consultará nunca nada de nuevo hasta su cese. Hará lo que le dé la gana o lo que le digan, que normalmente será lo mismoy apenas coincidirá con alguna cosa que aseguró que haría antes de votar. Haberte presentado tú, ¿no te jode?
  • Y, por último, ahí está el senado, la cámara aparentemente inútil, solo diseñada para casos como este, en el que un partido que queda primero por unos miles de votos es capaz de bloquear cualquier iniciativa de los demás. Y si no, atentos a los próximos meses.
  Demencial, ¿eh? Ya, pero no sorprendente, pues todos lo sabíamos. Nada de lamentos falsamente ingenuos ahora, por favor. ¡Vivan la democracia representativa y la monarquía constitucional! ¡Vivan la paradoja del estado y la ironía resabiada de los parlamentos! (Perdón, me estoy yendo...)
   Evidentemente, todas estas cuestiones morales, políticas o filosóficas importan un bledo a los dueños de todo, que harán bajar la bolsa y subir los intereses del préstamo ante la terrible incertidumbre.  Qué miedo, ¿verdad? Ellos ya saben que todo va a seguir prácticamente igual mientras dejan que los voceros de lo banal llenen páginas y páginas de tontas elucubraciones. 
   Sin embargo, el pueblo lo sabía. De forma inconsciente, como intuyen los niños tantas cosas. Y propició la parodia. Una parodia triste, desde luego, protagonizada por ridículos personajes caricaturizados hasta la saciedad (la viñeta es el subgénero periodístico nacional). Ya que de momento no va a llegar algo mejor, por lo menos riámonos un rato. No disimulemos, hagamos evidente el paripé. Que salgan los guiñoles y comience el espectáculo. Mientras seguimos a nuestras cosas. Mientras no pasa nada en el país esperpéntico; en la tierra donde los burros roban la zanahoria que los tienta para no tirar más de la noria. Estoicismo con retranca. Y al tajo.


miércoles, 25 de noviembre de 2015

El triunfo del olvido

   A pesar de la cantidad de películas hechas en España sobre la Guerra Civil o la dictadura no recuerdo ninguna que trate el triunfo posterior del olvido, el trauma del recuerdo cuando todo, supuestamente, ya ha pasado, cuando el ejército ha dejado ya de gobernar. Desde aquí suele pensarse el franquismo como si no tuviera relación con otras dictaduras, como si fuera un hecho singular, único. La excepción de la historia; un accidente. Y, por lo tanto, como si nadie pudiera comprenderlo fuera de estas fronteras o con otra educación sentimental.
   Puede que parezca mentira, pero un español no suele reconocer que una dictadura muy similar hizo de Portugal el estado fascista más duradero del mundo (1926-1974). Y no digamos al mencionar otras dictaduras militares más o menos cercanas (en lo cultural, lo sentimental y lo migratorio): Grecia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú... De vez en cuando conviene mirarse en el espejo del otro.
   Como decía, no recuerdo películas hechas aquí que se dediquen a analizar cómo sobrevivieron a la dictadura las víctimas y los verdugos, aunque sí alguna novela. No es un asunto cómodo. Supone asumir que algunos verdugos triunfaron y tuvieron éxito y que muchas víctimas nunca fueron tratadas con justicia. A nadie le gusta pensar eso, aunque la realidad se le parezca tanto.
   Sin embargo, en algunos de estos países que he nombrado, cuyas dictaduras fueron, por lo general, más breves, este asunto es mucho más común. Leí varias novelas argentinas que tratan de alguna manera la vida de los torturadores después de la dictadura, Esperanto, de Fresán, sin ir más lejos.
   Pero no encuentro mejor síntesis sobre la cuestión que la de la película recientemente ganadora del Colón de Oro en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, Magallanes. Sí, de vez en cuando también conviene buscar en los sitios pequeños, más allá del estreno, fuera de foco. Y, recordemos, la síntesis de un problema histórico y moral como este se encuentra en numerosas ocasiones en el origen de una obra de arte, más frecuentemente en el teatro, el griego por ejemplo.

   La película tiene, además de esta cuestión, muchas más implicaciones. Es riquísima por su tratamiento de los prejuicios étnicos, de clase, históricos o machistas, pero me centraré en su exposición del dilema: olvido vs. memoria. El trauma narrado es muy hondo, terrible, difícil de asumir como real por muy verosímil que resulte. Pero, pasados los años, un par de décadas, ¿qué conviene? ¿Puede o debe olvidarse?
   Celina es, en esta película, la víctima, la torturada, la violada, la reprendida por los militares que, en todos los casos mencionados, podemos considerar como el bando vencedor. No busca venganza, ni siquiera justicia porque no se imagina siquiera esta oportunidad. Su situación es terrible, pero ha asumido su papel: y nada pretende; nada reclama; nada espera.
   Pero el azar, el puro azar, pone en la secuencia inicial en su camino a un antiguo soldado, Harvey Magallanes, el represor casi accidental y con conciencia, el único capaz de recordar su historia, de rescatar la memoria, de procurar justicia. Precisamente porque es culpable.
   Esta justicia sería, en todo caso, particular y obtenida de modo ilegal, pues (y esta es una lectura importante) la justicia parece inalcanzable como sociedad y menos aún por medios democráticos. La historia es conocida y el número de condenados, irrisorio. La venganza es una posibilidad más asequible.
   Queda claro: ni en Perú ni en prácticamente ningún lado (aquí tampoco) los represores han pagado sus crímenes. Aún más: ¿es posible juzgar cuando un porcentaje tan alto de la población encubrió, silenció o permitió los delitos por miedo, sugestión o beneficio? Complicado, ¿verdad? Después de la II Guerra Mundial ya se creyó imposible e, incluso, inconveniente. Y, pasado un tiempo, ¿quién quiere remover la mierda?
   Un pasado como este no puede tocarse sin mancharse. El propio Magallanes acabará hasta el cuello, como el hijo del Coronel, el principal torturador y violador de Celina. La trama nos pone ante este caso durísimo para que pensemos en todos aquellos que permanecerán siempre ocultos porque ni siquiera sus protagonistas pueden soportar tanto dolor.
   Así que Celina no buscaba venganza ni justicia. Magallanes, al ofrecérsela para calmar sus propios remordimientos, resucita su viejo e indecible sufrimiento. La rechaza. Incluso cuando los giros de la trama parecen favorecerlo. Solo se permite, ya casi al final, un grito, un pequeño monólogo ante el hijo del Coronel, el mayor Medina y el propio Magallanes. Es, lógicamente, por su importancia narrativa, la escena capital. Y entonces...
   ...cuando por fin se desahoga dice algo que nadie entiende.
   Celina grita, reprocha, insulta en su lengua materna, prehispánica. Ninguno de los presentes la entiende. Ningún espectador. No hay subtítulos. El silencio abruma cuando acaba. Nadie le puede responder. Se va.
   El olvido ha triunfado de tal manera que el entendimiento es imposible. Se ha olvidado a las víctimas, cómo no, pero también se muestra (y esto me parece muy destacable) cómo los verdugos han olvidado su propio papel. El Coronel, senil, apenas es capaz de reaccionar ante un nombre. Y hasta Magallanes se ha ocultado a sí mismo el gesto más aberrante de su pasado. Y parecía que podría redimirse...
   Y algo aún más aterrador: ¿es este un olvido conveniente para todos? Edipo no fue desgraciado hasta que descubió la naturaleza verdadera de sus hechos, hasta entonces encomiables. ¿No sería mejor no haber sabido? Llegados a este punto ¿hay perdón posible?



miércoles, 28 de octubre de 2015

La gran elegía

   Manuel Vilas es un poeta extraño, fuera de lo común. Ningún otro escribiría la palabra España tantas veces, hasta quemarla, o titularía así uno de sus libros. Debe de estar loco este Vilas. Qué osado hablar de ella. Con lo noventayochista que suena. Y cursi. Y en primera persona del plural, además. Nada más políticamente incorrecto que nombrar tanto a España, sobre todo cuando ella es insignificante, triste, pobre, mezquina. No es una patria, pero sí un pasado nostálgico y un presente cutre al que se quiere porque es familia.

Es un país de carniceros, de levantadores de cuchillas sin filo.
Lo fue, lo es y lo será.
Tal vez hasta el Mediterráneo acabe harto
de nuestras malas voluntades, de nuestra ordinariez histórica.
La maledicencia nos pone a mil.
Yo amé y amo este país, pero es maligno.
Hay algo en él que acaba destruyendo a la inteligencia.

Yo lo amo, sí, amo este país llamado España.
Lo amo bien, intento darle besos, intento salir adelante.
No me quedó otro remedio.
Hasta los alcohólicos tienen hijos que aman a sus padres. ("España, un poeta inglés te odió")

   Pero, a pesar de mentar tanto a la pobre España y su democracia derruida y su pasado tristón, la poesía de Vilas desdeña la Historia. Sus motivos son otros. El amor, el pasado y la muerte, todos sus intermedios, nada original. Aunque sí lo son su tono, de un Whitman medio clásico medio castizo, y la poco habitual tendencia a autoparodiarse, como en Gran Vilas, su penúltimo libro:




   Su último poemario, El hundimiento, es, por el contrario, una gran colección de elegías, un libro doloroso que conviene dosificar y, no obstante, un homenaje a todas las vidas y todos los fracasos, lo cual -no nos engañemos- viene a ser lo mismo. Puede parecer un homenaje esnob y cultureta porque aparecen Lou Reed y Elvis, Keith Moon y John Entwistle, Bob Marley y Kevin Ayers, pero Vilas tiene la habilidad de hacer humanos los mitos. Lo mismo a ellos que a Buñuel, Cernuda o Scott Fitzgerald. Hay muchos nombres en sus versos, un catálogo inmenso de pasiones juveniles tipo fan. Pero la cita intrascendente se convierte en imagen conmovedora, a veces incluso de una forma demasiado directa, exagerada, como es su escritura siempre: 

 Tu elegante y envidiable fracaso,
 tu ascensión a las nubes cristalinas
 del firmamento, tu penuria, tu caminar erguido hacia la destrucción,
 pero no la destrucción común a muchos hombres,
 (porque vivir es hundirse poco a poco pero no todos
 -tú lo sabías- se hunden igual).
 No la destrucción común -digo- a miles de hombres
 y miles de mujeres,
 sino la rigurosa y lenta liturgia del derrumbe,
 su ceremonia inmemorial,
 la conciencia bajo el calor de agosto, en el Sur ardiente,
 mandorla calcinada del dolor insoportable.

 Duerme, duerme en paz,
 hijo del viento último de la tarde áspera,
 de los grandes veranos de Long Island
 y de sus crepúsculos agudos. ("Francis Scott Fitzgerald")

   Parte de la rareza de Vilas está en la exhibición de este tono inocente, de imágenes que parecen la traducción de canciones en inglés y que, sin embargo, enternecen de forma sincera, tal vez como les ocurre a las propias canciones.
   Hay otras fantásticas elegías en el volumen anterior, Gran Vilas, unas irónicas (a los personajes de la transición, por ejemplo) y otras solemnes (al poeta Miguel Ángel Velasco, a su propio perro en "Solos ante el peligro", la vuelta de tuerca perfecta a la elegía con visita de fantasma). Pero ese libro tenía otro tono, más desenfadado y ligeramente paródico. Resumiendo: un tanto de elegía y otro tanto de sátira, pero el doble de oda.
   El estilo de Vilas es grandilocuente, desmesurado en la métrica, que tiende a la letanía y al versículo (y, por lo tanto, al hipnotismo), y exagerado en la expresión. Exaltado. Hiperbólico. En ninguna escuela de escritores recomendarían escribir así. Recuerdo desde el primer verso suyo que leí haberme sentido sorprendido por la emoción de un lenguaje que en cualquier otro lugar me habría parecido facilón o burdo. Y creo que las elegías de El hundimiento son un ejemplo espléndido. 
   Al padre ("1980"), a la madre ("974310439"), a los amores perdidos, pasados o inconsistentes ("El animal moribundo", "Think It Over", "Forever in blue jeans"), a una prostituta ("Tres sargentos"), a un borracho de Zaragoza ("El hundimiento"), a una mujer despechada y despedida ("Orange"), al alcohol y a los ya mencionados Fitzgerald, Cernuda, The Who o Lou Reed, por supuesto.
No estuve en la muerte de Dante.
No estuve en la muerte de Cervantes.
No estuve en la muerte de Mozart.
No estuve en la muerte de Rimbaud.
No estuve en la muerte de Van Gogh.
No estuve en la muerte de Kafka.
Eh, pero he estado en la muerte de Lou Reed. ("Príncipe de Aquitania")
***
Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo.
Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.
[...] No volveré a ver nunca
tu número de teléfono en la pantalla
de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías uno,
de que yo no te regalara uno [...]
Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y uno,
cero, cuatro, tres, nueve.
Márcalo ahora,
márcalo ahora si tienes valor y te contestarán
todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
la ira roja
de los peores huracanes celestiales,
la árida y blanca nada convertida
en una mano negra. ("974310439")
   La muerte, en todo el libro, prevalece. Hasta a veces se hace deseable, heroica en el caso de los alcóholicos o los suicidas, y siempre inevitable:

La gente se acaba.
Un hombre se acaba.
Tal vez ese sea el mayor espectáculo del Universo:
Un hombre que se hunde, porque la destrucción
de la vida inteligente contiene la solución final
de nuestros baratos enigmas. ("Bajo el volcán")

   Mucho dijo Poe sobre el poder purificador de la tristeza. Y mira cómo acabó. Pero en los poemas de Vilas hay algo que prevalece más allá del desconsuelo, de la pérdida, del hundimiento de tantos personajes nombrados aquí y allá. A Vilas le pueden dos cosas: el amor y la vida, que también son lo mismo. Algún tipo de redención debe de haber ahí:

EL ÚLTIMO ELVIS

No fear, no envy, no meanness
LIAM CLANCY


Respeta siempre la destrucción de las mujeres
y de los hombres que amaron o intentaron, al menos, amar
la vida y esta les quemó o les rompió los huesos de la cara,
las entrañas y las venas y el hígado y el buen corazón,
respeta todos los sagrados y los más humildes hundimientos
de los seres humanos.

Respeta a quienes se suicidaron.

Respeta a quienes se arrojaron a los océanos.

No hables mal de ellos, te lo ruego, te lo pido de rodillas.

Ama a toda esa gente, esa muchedumbre, ese río amarillo
de la Historia de todos cuantos perdieron tan injustamente,
o tan justamente,
da igual.

Gente que aceleró en una curva.

Gente que escondía botellas en los rincones de su casa.

Gente que lloraba en los parques de las afueras de las ciudades.

Gente que se envenenaba con pastillas, con alcohol,
con insomnios aterradores, con veinte horas de cama todos los días.

Lo intentaron, pero no lo consiguieron.

Gente a quien le sobraban tres cuartas partes de su pequeño frigorífico.

Gente que no tenía con quién hablar semanas enteras.

Gente que no comía por no comer sola.

Son hermosos igualmente, te lo juro.

Resplandecerán un día.

Nombremos todo aquello
que nos convirtió en seres humanos.

Para que no haya miedo, ni envidia, ni maldad.

Amo, celebro, y exalto todos los hundimientos
de todos los seres humanos que pisaron este mundo.

Porque el fracaso no existió jamás,
porque no es justo el fracaso y nadie merece fracasar,
absolutamente nadie.

jueves, 27 de agosto de 2015

Refugiados vs. inmigrantes

   Da vergüenza el cinismo de los grandes medios de comunicación, que ni en cuestiones morales básicas (o de derechos humanos, como se suelen llamar) contemplan unos principios.
   Hoy, ayer, esta semana y tal vez la que viene o incluso durante un mes hay unos nuevos héroes en Europa: los "refugiados" sirios. A la mayoría nadie les ha dado asilo legal, pero ya son refugiados. Tuvieron premio. ¿Por qué? Esa pobre gente ha escapado de su propio país en guerra, de una lucha de poder difícil de reducir a los parámetros habituales, pues ya no sabe uno quién es más terrorista o sanguinario: el gobierno dictatorial, quienes se opusieron a él o los que después fueron conquistando medio país aprovechando la coyuntura, el ejército del Estado Islámico. No estamos hechos a entender de guerras a tres bandos (o más). Los medios de comunicación lo entienden aún peor.
   Es terrible ver cómo una revuelta contra un gobierno injusto acaba transformándose en excusa para que insospechados ejércitos intenten asaltar el poder o, en su defecto, sacar provecho de la situación provisional de caos para enriquecerse, financiarse e imponer su propia ley. Véanse Egipto, Libia, Siria...
   No estoy suficientemente informado como para tratar estos despropósitos. Por eso me quiero centrar en las noticias recientes sobre sus víctimas. Su situación es tan alarmante que al menos merecen esa palabra de consuelo: refugiado. No como otros de quienes ni siquiera debemos compadecernos.
   Supongo que no soy el único que ha notado un replanteamiento del punto de vista en las noticias sobre los sirios que escapan de su país en las últimas semanas. En este caso se ha impuesto el tratamiento de "refugiados", mientras que antes eran tan inmigrantes como los demás, es decir, igual de despreciables. No es una cuestión léxica. De alguna manera alguien ha decidido que esa gente tiene derecho a huir de su propia guerra, pues sería injusto que fueran asesinados como otros vecinos suyos por los malos malísimos del cuento: los islamistas perversos que hacen bueno al dictador que hace meses era un tirano. Hay ejemplos del uso de la palabra en El mundo, ABC y la inmensa mayoría de medios de comunicación, si bien El país intenta ser más preciso y habla de "refugiados e inmigrantes" en el cuerpo de la noticia.
   Aún hay más; la portada de hoy de El mundo convierte a los sirios en desterrados en busca de redención, víctimas de un sacrificio sin artífice. Aquí la tenéis: 

Atención a la metáfora y la composición en plan Sagrada Familia

   En cualquier caso, todas las palabras e imágenes que recibiremos como público en las próximas semanas redundarán en la miseria y la desgracia de las víctimas, en sus penurias, sus esfuerzos, su odisea, su coraje... En algún momento, también, se hablará de lo hospitalaria que es la UE, Alemania incluida, de que el problema humanitario, etc. Pero nadie tratará de arreglar nada, de averiguar causas y razones, de buscar soluciones a un país donde ya solo quedan las ruinas de las ruinas. Triste, ¿verdad? Prensa amarilla, en el fondo. Puro dramatismo. Cero análisis. Caridad, sí; de solidaridad, nada. La solidaridad implicaría sentirse iguales a ellos, concebir sus derechos como tuyos. Es mucho pedir.
   Además, todo esto va a suceder mientras sigan apareciendo en los titulares y en la redacción de los mismos medios escritos o audiovisuales los "inmigrantes", esos otros que se van de su país por capricho. Pues no, no todos los que emigran tienen derecho a hacerlo. Tendrán que recordar cada día que hay emigrantes buenos y malos, regulares e irregulares, ricos y pobres, víctimas de la guerra o ambiciosos portadores del ébola con alma demoníaca.
   ¿Quién juzga esa diferencia? ¿Quién se siente con la soberbia suficiente como para decidir si es justo que alguien escape de la guerra o del hambre, de la pobreza o de la represión? ¿De verdad los medios de comunicación y las instituciones de Europa deben decidir sobre eso? ¿Nosotros lo hacemos? ¿Lo hicimos (juzgar o emigrar, para el caso es lo mismo)? 
   Este mundo de la ribera norte del Mediterráneo lleva siglos adjudicándose una superioridad moral inaceptable. Y lo peor es que sigue funcionando así, sin rubor ninguno.
   Mientras los sirios se hacinan en las fronteras del este hasta llamar a la puerta del señor Schengen o atraviesan penosamente Turquía, otros, mucho peores personas, se quedan sin tarjeta ni recetas para ir al médico incluso cuando viven y pagan su IVA aquí, se pegan contra una valla de siete metros, desembarcan en pateras o se ahogan en tierra de nadie, mejor dicho, en el mar de todos, que es lo mismo.
   Mira tú, hasta en la miseria y la desgracia hay clases, como ya mostraban las novelas realistas del s. XIX. Si te tocó ser más oscuro o pasar por determinada frontera o llevar determinado pasaporte alguien decidirá por ti si es aceptable que estés escapando de tu propio país, ya sea Senegal, Libia, Mauritania, Nigeria, Siria, Marruecos o Mali. Si tienes suerte, alguien será caritativo contigo. Pero, en cualquier caso, lo que no debes esperar de los maniáticos de las fronteras es justicia. A tal nivel de cinismo han llegado estas sociedades con dinero.

viernes, 19 de junio de 2015

El plan previsto

1

   Hace ya cuatro años de momentos como este, en los que todo el mundo estaba en la calle y no porque quisiera pasear bajo el sol o tomar algo a la sombra. Acababa de hacerse evidente que el sistema político, social y económico se había agotado, pero el poder lo seguían teniendo los mismos. 
   Durante más de dos años se mantuvo esta situación. Las plazas se llenaban. Pero poco a poco el esfuerzo se fue concentrando en propósitos más concretos y cercanos, abarcables. Los triunfos parecen pírricos, pero costaron mucho y significaron más: algunos hospitales, centenares de desahucios, centros sociales, redes de colaboración, un proyecto urbanístico, detenciones...
   No estaba nada mal, aunque esto no hiciera temblar los cimientos de la estructura. Y una legislatura después resulta que cambian gobiernos locales y autonómicos. Muchos con buena intención y algo de decencia, lo cual sorprende en la política a la que estábamos acostumbrados. Algo encomiable, si bien las buenas intenciones no garantizan nada.
   Porque durante este tiempo el PP y el PSOE y otros, sí, pero también la banca, la patronal, la UE y sus lobbys, la élite dirigente de los estados, la ONU, la OCDE, el G7 u 8, el BM, el FMI, los grupos empresariales, la bolsa... continúan con el plan previsto. Y ese plan incluye una revisión de los cimientos de la estructura social, económica y política. Una revisión que conseguirá reforzarlos.
   Siento parecer agorero, pero en gran medida el escenario actual es peor que hace cuatro años. Y no se trata de que circule más o menos dinero o de que trabaje más gente, cosa que hasta algunos economistas ponen en duda. Está claro, por el contrario, de que se trabaja peor y por menos; que se está aún más a merced de los subsidios, la explotación, los abusos, la ilegalidad.

2

   Hay que reconocerlo. Aunque duela. Para salvar a los bancos hubo que hundir a las cajas de ahorros. Hecho. Se acabaron las entidades financieras sin ánimo de lucro, pues. Y ahora saca tu cuenta de esa macroentidad de nombre cambiante si tienes huevos (y si no tienes un préstamo, claro). Y ábrete un plan de pensiones porque la tuya será una mínima parte de lo que recibieron tus padres o tus abuelos. Es un negociazo: lo que tú cotizaste lo ahorra la administración y lo ganan los bancos.
   Para salvar la educación privada había que financiarla y, por supuesto, desprestigiar la pública. Hecho. La LOMCE mantiene el ansia por los conciertos educativos tan obsoletos como la propia transición. Además, promueve equipos directivos serviles, elimina órganos de representación de la comunidad educativa e introduce un cambio de radical de dirección: el propósito es formar a gente que gane dinero y no gente que piense. De ahí la sustitución de todo lo que huela a filosofía o crítica por "emprendimiento"; una salvajada etimológica, un golpe de mando.
   Para salvar la moral había que relanzar los valores religiosos. Hecho. Cabalga como siempre a sus anchas esa rémora llamada asignatura de Religión. Y cuenta para media. Y ahí está relanzada la imagen de las ONG católicas, Cáritas sobre todo, pues al estado le encantan las personas e instituciones caritativas, que asuman sus propias funciones sin cuestionar el orden establecido.
   Para salvar la identidad había que hundir (y esto sí es literal) a los inmigrantes. Hecho. Hay miles muertos; muchos otros detenidos, expulsados o torturados. Y sin rubor, pues ellos no son españoles como dios manda.
   Para salvar a las aseguradoras había que hundir la sanidad pública. Hecho. Muchos acaban por pagar consultas y operaciones que se eternizarían mientras el estado sigue concertando la sanidad de los funcionarios para tenerlos contentos.
   Para salvar el libre mercado había que asegurar bajos impuestos a las empresas y penalizar a los consumidores. Hecho. Sube el IVA, bajan los aranceles, se imponen tratados de libre comercio que acabarán con la forma de vida de millones de personas en Europa. La consagración de la economía, nuestra nueva diosa, y su primer mandamiento: las cosas valen lo que se pague por ellas.
   Para salvar la monarquía había que cambiar al rey. Hecho. Ahora es más alto, más joven, más educado y con idiomas. Quién no lo preferiría. Al menos así lo demuestran todos los minutos que TVE le está dedicando en esta semana en que cumple un año en el trono.

3

   En definitiva, queramos o no se han consolidado los principios que dominan la sociedad: la ambición, el individualismo, el ánimo de lucro, la inversión, la usura, el clasismo, la herencia, la sumisión, la obediencia, la arbitrariedad, el nacionalismo. Habrá nuevos políticos, pero en la misma jaula.
   Por el camino, como tenía que ser, han caído unos cuantos personajes. Unos pasarán algún año en la cárcel, otros simplemente comprobarán que dejaron de tener algunos amigos, que ya no les llaman... Daños colaterales.
   Sé que parece una visión pesimista. Pero tampoco es que estuviera mucho mejor antes. La justicia no cabe, la igualdad es incompatible. No es un futuro halagüeño. Ni lo era. Y a todo esto aún habría que añadirle todas las situaciones de verdadera calamidad por  el mundo que no me atrevo a catalogar. Por vergüenza.
   Puede que, al menos, unos cuantos hayan aprendido cómo reaccionar. Puede ser. Pero no lo hemos hecho los profesores, por ejemplo. Ni muchos otros. Una resistencia demasiado modesta. Cada tanto es inevitable que uno se sienta como este tipo.
   No dejemos de pensarlo, sin embargo. El discurso es viejo y sigue imponiéndose. Hasta ahora. El plan es el previsto, pero no es perfecto.


viernes, 12 de junio de 2015

El último libro

1

   El último libro de Rodrigo Fresán es el último libro. No el más reciente, sino el último libro posible. No es que se haya retirado ni es una obra póstuma. No es que sea producto de la vejez, la enfermedad o la desesperación (por lo que sé Fresán sigue viviendo con normalidad en Barcelona y va a cumplir 52). Parece, simplemente, que ya no queda más. Al terminar de leerlo viene esa sensación: ya está; se acabó.
   No sé si recuerdan, pero eso también ocurría, de cierta manera, con Alabanza, de Alberto Olmos, en la que se anticipaba el final de la Literatura Entendida Como Tal. Así que el tema no es baladí. O, al menos, me parece una coincidencia significativa. En ambas novelas el protagonista es un escritor que ya no escribe, agotado artísticamente y ahogado por la parafernalia del mundo editorial (la industria, más bien) y el campo literario. Algo apocalíptico, desde luego. ¿Real? Ya veremos.
   Si bien en la novela de Olmos el relato contiene una trama mucho más reconocible, con pocos pero algunos determinantes sucesos de la vida de ese escritor (Sebastian) y su pareja, se suma otro elemento en común muy interesante: el pasado, los recuerdos, todo aquello que ha hecho de cada uno lo que ahora puede reconocerse. Se observa en ambos, pues, una especie de determinación: uno escribe por algo, porque algo lo ha convertido en escritor más allá de la definición sociológica del término. Es decir, un escritor es alguien que escribe porque se ve encaminado a ello.
   Parece un concepto de vocación romántica, ¿verdad? Pues un poco sí, pero no tanto. Es romántico en cuanto que no es razonable ni se valora en términos profesionales, económicos, intelectuales o morales. Pero hasta aquí. Porque tampoco es una misión. Estos personajes no son escritores porque crean que deben serlo, porque piensen que hay una necesidad social o una capacidad de intervención sobre el mundo. Son conscientes de que esa función de la literatura hoy en día resulta nostálgica. Pero escriben. En buena parte para explicarse a sí mismos. Y, además, por alguna extraña razón otros (nosotros) lo siguen leyendo.

2
 
   Pero la solución literaria a planteamientos tan semejantes en autores de estilo, formación, edad y circunstancias tan diferentes es, lógicamente, muy distinta. La de Olmos ya fue comentada en una entrada anterior. La de Fresán, como suele ocurrir con el resto de su obra, ni siquiera es una novela al uso. 
   La parte inventada es un libro escrito, como Mantra o La velocidad de las cosas, por acumulación y no por descarte. Uno de los rasgos más característicos de la narrativa de Fresán es precisamente la  construcción de un libro a partir de materiales dispersos que, sin embargo, van reconociéndose como partes de algo que es más una idea que una historia. ¿Cómo lo hace? Repitiendo motivos, trazando autorreferencias y alusiones, fundando lugares (como Canciones Tristes) u objetos insólitos, elevando la anécdota a dimensiones míticas (una nevada, una playa, una piscina, una noche que duran decenas de páginas, que se convierten en El Relato). Todos ellos elementos que, a través de digresiones, conforman más un mapa sentimental que geográfico o temporal. Fresán da cuenta de estados, no de argumentos (y mucho menos de procesos históricos). Su estética se parece a la de las interminables canciones de Dylan que cierran algunos de sus discos (Desolation Row, Sad-Eyed Lady of the Lowlands, Highlands...), más cercanas a la construcción de un símbolo que a la narración.




3

   El relato, como en las obras citadas, es mínimo y, además, aparece desmenuzado (deconstruido sería el término más cool) en cada una de los cinco capítulos de la parte central, más uno introductorio ("El personaje real") y otro final ("La persona imaginaria"). Aunque empieza por el principio, claro. Y el principio es la anécdota de El Niño, que casi se ahoga en la playa mientras sus padres discuten sobre el nombre de la que será su hermana en la arena. Pero no se ahoga. Y El Niño que se convertirá en El Escritor desde entonces es distinto y hará algo distinto, porque:
El Niño se ríe, pero no con risa sino haciendo un ruido raro, fuerte. La risa única y nueva [...] con la que se ríe alguien que ha ido y regresado desde muy lejos. [...] La risa de quien ha vuelto de la muerte y ha vivido para contarlo, para pasarlo en limpio y, entonces, alterarlo, mejorarlo, añadiéndole la parte inventada. La parte inventada que no es, nunca, la parte mentirosa, sino lo que realmente convierte algo que apenas sucedió en algo como debió haber sucedido. Algo [...] mucho más auténtico y valioso y puro que la simple y vulgar y a menudo tan poco ocurrente y desprolija verdad. (pág. 52) 
   Y todo el libro arranca de aquí, de esta sensación de que la ficción y la vida están realmente intrincadas y que un escritor, al menos un tipo de escritor como los personajes de Fresán y Olmos,  no puede obviar esta circunstancia, sino que, de hecho, gran parte de lo que invente partirá de ahí. Y esta nueva definición de inventar en el párrafo citado es absolutamente pertinente para ello.

4

   Y después del niño, del personaje real, la parte central del libro empieza con un capítulo en el que un joven periodista aspirante a escritor (El Chico) va a la casa de El Escritor, que ha desaparecido, enviado por el editor de las obras de este para aprovechar el morbo mediático de la situación rodando un documental y acompañado de la sobrina del mismo editor (La Chica), que es fan incondicional de aquel. Resulta que, por fin, después de un tiempo sin historias, "el Escritor se ha convertido en, sí, una buena historia". Así que andan compilando información sobre él, por lo que una buena parte del capítulo consiste en el compendio de sus declaraciones en entrevistas: sobre escribir, escritores y referencias (la música de A Day in the Life de The Beatles, 2001, Vonnegut, Dylan y, por supuesto, Tender Is the Night, de F. S. Fitzgerald).
   Hay tiempo y espacio (en el libro siempre lo hay) para incluir la historia delirante de La Hermana Loca de El Escritor, Penélope. La historia de cómo se casó con un miembro de una absurda familia rica, los Karma, y cómo convivió con ellos mientras su marido estaba en coma.
   Y después aparece el hombre solo, protagonista del siguiente capítulo, un escritor en la sala de urgencias de un hospital pensando en las historias que aún no escribió mientras le angustia la posibilidad de que todo se estropee, de que ya esté mal. Y muera. Y todo acabe.
   Y un largo capítulo más sobre la relación entre los Murphy (Sara y Gerald) y la novela de Fitzgerald Suave es la noche. Los Murphy descubriendo que la parte de su historia inventada en la novela era más hermosa y explicaba mejor su vida que la realidad, una realidad, la de Fitzgerald también, y la de su mujer, y la de su hija, mucho menos brillante y tierna. Tal vez sea esta digresión el ejemplo menos autorreferencial del tema clave de todos los relatos: de qué es capaz la ficción, en qué consiste, para qué sirve. No es un ejemplo bonito precisamente. Si la obra es lo único que se salva, alguien debería preocuparse.
   En el siguiente capítulo toma protagonismo un antiguo novio de Penélope, Tom Vader, hombre separado y con un hijo, Fin, al que ve de vez en cuando pero con el que comparte dos de los motivos hipnóticos del relato: Pink Floyd y las series de ciencia-ficción relevan a Fitzgerald.
   Y en el siguiente serán The Kinks y volverá El Chico, pero esta vez con Tantor, un amigo suyo, en un relato puramente repetitivo, un ensayo de variantes de situación narrativa que comienzan por "mientras tanto, otra vez, bajo las escalinatas del museo..." Aquí la historia se hace cúmulo de tentativas que lo único que llegan finalmente a contar es cómo El Chico conoció a El Escritor.

5

   Pero hasta un relato desmesurado necesita un cierre, sí, un cierre más que un final, pues los pocos rastros de una trama que el lector va encontrando apenas dibujan un mapa congruente de personajes y relaciones.
   Y al final vuelve El Escritor. Pero antes de haber desaparecido. Cuando quiso desaparecer desintegrado en el colisionador de partículas del CERN después de intervenir en uno más de los aburridos debates sobre libro digital o de papel en una aburrida feria del libro europea a la que solo le invitan por un limitado prestigio. El de quien ya no vende apenas libros y al que ya no se le ocurre nada. Un tipo de prestigio que nos suena, ¿verdad?
   Estallar en el CERN habría sido un final tan sci-fi...
   Y, claro, El Escritor, durante su viaje en avión y su estancia en la feria, va recordando todo lo que piensa sobre la literatura. Y ve que, como él, también se está agotando. Que ya no tiene sentido "su cada vez más desgraciada vocación" porque "ahora, también, para ser escritor había que cantar y bailar y actuar". Que "el animal lector ha alcanzado su cenit evolutivo y rebota ahora contra la cúpula de su perfección y límite y marcha atrás, hacia una suerte de involución disfrazada de mutación high-tech". Esto es, que las nuevas tecnologías están cambiando el ritmo y la soledad necesarios para leer y acabando con "la forma en que se ocurren las ideas". Que poseer miles de títulos digitales en un dispositivo o compartirlo todo instantáneamente como si fuera trascendente no es más que banalizarlo. Y lo banal no es nada. Que se ve obligado últimamente a "distraer el miedo que cada vez asustaba menos de pensar que tal vez no haya más que poner por escrito, que todo fue puesto, y que lo siente mucho si no fue suficiente". En otras palabras, que después de este libro no venga ninguno más.
   Un verdadero apocalipsis.
   En el que hace falta, también, un antagonista, un trepa, un antiguo admirador convertido en figura de enorme éxito, componedor de best-sellers, que, en esa misma feria, le revela la clave de la supervivencia del escritor a partir de una táctica sencilla: hacer que el lector se sienta inteligente. Y, para ello, todo lo que hace El Escritor no sirve porque "la gente se pone nerviosa si cuando lee descubre que escribir es difícil".
   Entonces, ¿para qué insistir? Y El Escritor encuentra el principio en las primeras palabras que un niño escribe al volver de la playa en la que casi se ahoga.

En la lectura, de André Kertesz

6

   Fin del círculo: el final es el principio y viceversa. Porque, se comprende:
Las situaciones más trascendentes ocurren en el pasado pero recién suceden en el futuro, cuando somos verdaderamente conscientes de su importancia, influencia y peso sobre todo lo que vino y vendrá. (pág. 49)
   Y, además:
Toda ficción es finalmente y en principio autobiográfica porque le sucede al escritor, porque es parte de su vida real. (pág. 473)
   Y, claro, ¿cómo no pensar en las partes del propio Rodrigo Fresán repartidas en el niño que va a la playa con sus padres, se pone a escribir, aprende a contar mientras trabaja en un periódico, conoce a sus maestros, publica unos primeros libros muy bien recibidos, continúa buscando y rehaciendo historias, llega a los cincuenta, siente la necesidad de transmitir sus fetiches a su hijo para sobrevivir de alguna manera, va a urgencias al hospital y no se le ocurre nada que escribir salvo este libro en el que, a partir de su obsesión heredada de una novela de F. S. Fitzgerald, construye un escenario enorme en el que dar vueltas a la idea del sentido que pueda tener la escritura?
   Rodrigo Fresán a.k.a. El Niño a.k.a. El Chico a.k.a. El hombre solo a.k.a. Tom Vader a.k.a. El Escritor. El Escritor, esa "persona imaginaria".
   Rodrigo Fresán obsesionado con A Day in the Life, Wish You Were Here, Big Sky, La otra realidad...
   Rodrigo Fresán citándose a sí mismo cuando El Escritor piensa en sus otros libros, que en realidad son Historia argentina, La velocidad de las cosas, Vidas de santos o Mantra.
   Y muchas otras enumeraciones que él mismo escribiría pero que no caben en este blog porque ya basta de imitar su estilo.
   El estilo de siempre, sea dicho, digresivo hasta llegar al trance, repetitivo a la manera de las canciones de rock progresivo, retomando motivos y notas en medio de solos de guitarra interminables, embaucador e hipnótico, abusivo y repleto (de listas, enumeraciones, referencias), agotador en fin. Pero esta vez en medio de la angustia de sospechar que el final (de la Lectura y la Escritura Entendidas Como Tales y de todo lo demás) está cada vez más cerca como, en realidad, todos sabemos. La misma angustia de Roberto Bolaño apurando horas de vida para terminar 2666. ¿Valió la pena?
  Volviendo al principio, ¿cuánto Alberto Olmos hay en ese Sebastian de Alabanza, que comienza yéndose del pueblo a la ciudad, publicando en una editorial bienintencionada y desastrosa y llegando finalmente al sello del Editor del país por antonomasia?
   Exacto. La ficción es el sitio donde eso no importa porque la parte inventada siempre es mejor, tiene sentido. La literatura seguirá existiendo en ese filo siempre, dando cuenta de pasados recreados, presentes figurados y futuros presentidos.
   Coming soon. Atentos a sus pantallas.

jueves, 30 de abril de 2015

Una falsa libertad

   Hace tiempo que la literatura se ha convertido en un arte menor. Su lugar a la cabeza de los cambios culturales y estéticos duró algo más de un siglo, pero esta no es su época. 
   Esto no significa que haya que rebelarse, manifestarse o reivindicar nada. No hay ninguna razón moral para suponer alguna preponderancia de la literatura, más allá de su utilidad para perfeccionar la lectura, que eso siempre puede resultar beneficioso. Será mejor emplear los esfuerzos en otras luchas más materiales y urgentes: la igualdad, los derechos. Dejemos de lado la farándula de las ferias y las conmemoraciones, puro marketing primaveral.
   No obstante, algunos no podemos evitar utilizar la literatura como ventana al mundo. Cajón, ventana, arena se titulaba un poemario que desde hace años solo existe en este disco duro. Por algo sería. Y probablemente sea alguna razón adolescente la que aún me empuja a verlo todo a partir de lo que leo.
   No es capricho. Si lo sigo haciendo es porque realmente suelo encontrar en la literatura las interpretaciones más interesantes sobre los sentimientos, las relaciones, la vida, la historia. Creo que la mejor literatura sintetiza decenas de ensayos y estudios. Una visión un tanto ingenua, tal vez, y anticuada. Pero que de vez en cuando toma forma, por ejemplo, en las entradas de este blog.
   Por supuesto, no quiero decir que esta sea ni la mejor ni la única manera de hacerlo. Ni que una estética, llamémosla realismo, por ejemplo, resulte más necesaria que otras. No estoy hablando de una manera sistemática e ideal de representar el mundo a través de las palabras, sino de la discutible pero inevitable voluntad de buscar en las palabras que alguien escribió hace más o menos tiempo los restos de su experiencia, su pensamiento. Traspuestos, eso sí, en personajes, en otros, en metáforas..., lo que a mi parecer es lo que los hace más valiosos.
   En este sentido, como lector, uno de mis autores favoritos es Joseph Roth. Hay toda una estética y una época en sus novelas. Son un escaparate del cinismo y la decadencia, un testimonio de cómo puede derrumbarse un mundo sin que nadie le preste atención. Son las primeras décadas del siglo XX, entre las dos guerras mundiales.
   Prácticamente cada una de sus novelas muestra a un personaje desencantado, perdido, apátrida, tomando conciencia de cómo funciona la sociedad. Y los mecanismos asustan, pues todo lo mueve la hipocresía, los enchufes, la estafa, el egoísmo y, por supuesto, el dinero, que condiciona cada vida narrada en ellas. En sus páginas se deshacen clases, estados y fronteras en medio del caos. Y de entre las ruinas, alguien que intenta sobrevivir con una mínima dignidad, tan precaria como el futuro.
   Algo así ocurre en La marcha Radetzky, El peso falso o en Hotel Savoy, pero también en Confesión de un asesino y La leyenda del santo bebedor. Izquierda y derecha (1929) no es una de las mejores, pero comparte algunas de sus virtudes. El protagonista es, en este caso, un tipo mezquino y antipático, caprichoso y chaquetero, que después de unos años felizmente despreocupados ve cómo se hunde el negocio bancario familiar. Su actitud, bastante reprobable, se ve recompensada porque la casualidad y Nikolai Brandeis lo salvan de acabar mendigando.
   Nunca hay que despreciar al azar como motor de una trama ni suponer que un personaje solo tiene una vida. El propio Brandeis concibe la suya propia como una sucesión de varios personajes. El que ayuda a Paul Bernheim, el protagonista, es, de momento, el penúltimo de esa lista. Al campesino, al soldado, al desertor... les sucedió un comerciante de mucho éxito que, sin embargo, cree que no tiene ningún mérito, que se da cuenta de que el capital es un juego con poco sentido. Así que partirá de nuevo hacia otra vida provisional.
   Justo antes del final de la historia, tras una descripción del anochecer en un Berlín que parece sacado de un cuadro de Grosz, Brandeis piensa:

Todas estas personas creían ser libres. Apenas conocían al hombre que llevaba a sus mesas el pan y la margarina, la excelente mantequilla o un sucedáneo. Caminaban muy erguidos y estaban aterrados ante la idea de ser despedidos; se manifestaban los domingos y escondían fotos pornográficas para que no las vieran sus esposas; educaban a sus hijos con mano dura y temblaban cuando veían peligrar un aumento salarial; discutían los artículos de fondo y se descubrían ante su jefe.
No conocían a Nikolai Brandeis, el organizador, el creador de una nueva clase media y el protector de la antigua, que hacía rebaja a sus nuevas organizaciones y se había hecho rico vendiendo sus productos a bajo precio. Brandeis vestía y alimentaba a la gente, les concedía préstamos con los que comprar lindas casitas en la periferia de las ciudades, les proporcionaba las macetas y los canarios cantando en sus jaulas y, sobre todo, la libertad: una libertad que duraba doce horas bien medidas.
   Duro, ¿verdad? El empresario que sabe que aprovecha la credulidad y la ignorancia del resto; los empleados que se contentan con las migajas de la especulación. Hace más de ochenta años, sí, pero ¿ha cambiado algo realmente? Cuidado con el cuento de la clase media, no sea que al final resulte un viejo invento; no sea que el low cost ya estuviera allí. Antes. Incluso, ¿alguien ha pensado si el low cost no fue siempre la única expresión popular del capitalismo? Cuidado, porque Brandeis no se fiaría ni de sí mismo.

jueves, 19 de febrero de 2015

Transfronterizo

   Ayer compré un diario portugués y escuché la radio un buen rato mientras atravesaba el Algarve, Alentejo, Ribatejo, Beiras y Minho. Para los creyentes en el dogma estúpido de las fronteras, tengo noticias: problemas en los centros sanitarios, nueva ley de seguridad (con posibilidad de "lei marcial" incluida), reestructuración bancaria (La Caixa anda comprando bancos portugueses, ahora el BPI), investigaciones sobre estafas (BES en lugar de Bankia o....),  despidos de funcionarios, que si la educación...  
   Aunque siempre queda el fútbol y la bajada de los tipos de interés para consolarse, eso sí. Solo un informativo portugués puede dedicar tanto tiempo al fútbol como uno español. Cristiano Ronaldo, Mourinho, Champions... ¿a alguien le suena?
   Sin ponerse innecesariamente fraternales resulta que somos lo mismo a los dos lados de esa raya imaginaria. Por muy poco que solamos saber del vecino no estaría mal darse cuenta de que somos parte del mismo plan. Y quienes lo dirigen solo creen en las fronteras cuando les beneficia.
   Ya es hora de aprender, ¿no?


PuenteromanoriveraTrebejana
Puente fronterizo del río Erjas

viernes, 13 de febrero de 2015

Travajar / Vibir

Cuántas horas gratis de mis 17, 18, 19 años;domingos y feriados y Semanas Santas, trabajando a full, regalando horas en pos de un progreso de empleado, en pos de un crecimiento empresarial que nosotros nunca veíamos. [...] Yo siempre dije a todo que sí, sí, qué me costaba quedarme tres o cuatro horas gratis después de horario y ver qué pasaba. Había que quedarse, era el auge comercial, todo el país consumía sin parar como un monstruo comilón de porquerías hasta que obeso, empachado, explotó manchándonos con su mierda nuestras vidas. ¡Ya les dije, qué iba a hacer! Estábamos todos en la misma.

Washington Cucurto, Las aventuras del Sr. Maíz
 
 
1

   Demasiadas veces nos dejamos llevar por ideas preconcebidas. Usamos en nuestra vida cotidiana un enorme bagaje de conceptos generalmente aceptados, asimilados o impuestos porque resulta imposible pararse a pensarlo todo con detenimiento y porque nos han enseñado así nuestras familias, amigos, compañeros, profesores y, por supuesto, las instituciones sociales y los medios de comunicación. Uno no suele pararse a pensar de qué habla en realidad cuando se refiere al sexo, el dinero, la maldad, el arte, dios... O el trabajo. Y mucho menos ahora que la filosofía está siendo apartada de la educación. Simplemente aplicamos los parámetros adquiridos y a otra cosa.
   Afortunadamente, el significado virtuoso de la palabra especular (no el mezquino) es un sinónimo de filosofar. Así que hagamos el esfuerzo y practiquémoslo.
   ¿Qué es el trabajo? ¿Es bueno? ¿Qué significan tantas horas cubriendo un puesto en determinada empresa? ¿En qué consiste un salario? ¿Es justa la remuneración? ¿Es deseable?  ¿Y la jubilación? ¿Y el paro?

2

   Salta a la vista que las personas nos ocupamos en muchas cosas. Realizamos multitud de actividades (no necesariamente físicas) que consideramos necesarias y otras que, de alguna manera, no. Esta diferencia podría servir para separar los trabajos del ocio.
   En principio todo esto no supone un problema, a no ser que haya ciertas actividades que uno no sepa, pueda o quiera realizar. Entonces hay que organizarse. Y, claro, ha habido muchas formas diferentes de llevar a cabo este propósito. Pero ¿qué ocurre con los trabajos en una sociedad mercantilizada? ¿Qué pasa en realidad cuando uno cobra por lo que hace? ¿Cómo se mide ese dinero?
   No quiero restringirme aquí, como veis, a una definición puramente económica, sino intentar destacar cómo esta ha invadido su dimensión antropológica. Dicho de otra manera, resulta que solemos entender el trabajo como un empleo. Y como el empleo es una necesidad acuciante (salvo para los rentistas), suele seguirse el refrán haciendo de la necesidad, virtud. Así que acaba por sublimarse la idea de que tener un empleo no solo es bueno, sino lo mejor que te puede pasar y lo único a lo que debes aspirar. Al menos, hasta que tengas la edad suficiente (si es que llegas). Y seamos sinceros: la inmensa mayoría de los empleos no satisfacen a los empleados, ni, por supuesto, les hacen felices (si alguien quiere un bonito ejemplo literario aquí tiene los Poemas de la oficina, de Benedetti).
   La paradoja es curiosa, pero terrible. En el sistema capitalista, que necesita del desempleo para contener los salarios por aquello de la oferta y la demanda de la fuerza del trabajo, el empleo acaba resultando casi un privilegio y, en ocasiones, una condena. Se puede entender que en las circunstancias actuales cualquiera que cobre pongamos el doble del salario mínimo sería un privilegiado. Se puede considerar que el trabajo en una fábrica textil asiática es un callejón sin salida muy similar a lo que le ocurría a cualquier obrero europeo hace cien años, un trabajo de esos que no puedes dejar porque te proporciona el dinero justo para el inmediato futuro que solo podrás vivir si sigues dejándote la piel para que otros ganen y tú te quedes como estás. Sí, lo habéis pillado, las dos son estrategias para sostener el sistema y maximizar beneficios: que unos vean que los hay que aún están peor y que otros cubran el puesto por mera supervivencia, no vaya a ser que se les ocurra que el reparto no es justo.
   Lo mismo podría decirse de la jubilación, que en el discurso económico predominante se considera un lujo, un privilegio e incluso una especie de capitulación, un signo de vagancia y debilidad. Como si jubilarse, que ya etimológicamente significa liberación, supusiera dejar de hacer cosas mucho más gratificantes. O como si fuera deseable estar empleado toda la vida. Supongo que quienes razonan así no se habrán pasado un par de décadas reponiendo baldas de supermercados.
   Y todo esto, para colmo, décadas después de que las Naciones Unidas aprobaran que el trabajo (es de suponer que se refieren al empleo) es ¡un derecho! Eso sí que es darle la vuelta completa al calcetín. Visto así, casi que los empleos miserables son deseables porque están garantizándote un derecho. Tócate los pies.


3

   Después de un par de siglos de implantación paulatina de este sistema la sociedad ha asumido de forma bastante sorprendente estos principios: cada persona debe tener una profesión; conseguir un empleo es indispensable para obtener dinero; el trabajo de uno es una contribución necesaria para la sociedad; hay que elegir los estudios en función de las salidas laborales; el trabajo produce beneficios; los puestos se distribuyen según el mérito (y los sueldos); el trabajo se mide, se cuantifica, se factura (en horas, jornales) y un largo etcétera. De ahí su éxito.
   Sin embargo, hay multitud de situaciones que los contradicen, incluso en un mundo como este, comercializado hasta la saciedad. No todo acaba con el ánimo de lucro. Pensemos en tantas tareas que se hacen en casa, en el tiempo que se pasa con los familiares, los conocidos o los vecinos, en cómo se les cuida o educa, en la mayor parte de la ciencia, el arte, la artesanía y los deportes.
   ¿Qué hacemos con todos esos no-empleos? ¿Y con los que son moralmente cuestionables (por basarse en el uso de la violencia, por ejemplo)? ¿Y los trabajos ilegales? ¿Y con los puestos cubiertos por quien no debería trabajar (niños, ancianos...)?
   A demasiada gente se le llena la boca con preceptos como la flexibilidad laboral, la movilidad, la alta cualificación, el éxito profesional, la cultura del esfuerzo, el reconocimiento social, la especialización... Pero en todo esto no hay ninguna preocupación por la forma de vida de las personas, sino por la economía. La dignidad, la decencia o la felicidad quedan fuera de estos planteamientos. ¡Ay, la explotación, esa vieja palabra olvidada!

y 4

  Esa dicotomía absurda de "trabajar para vivir o vivir para trabajar" queda francamente en evidencia si consideramos las actividades humanas fuera del intercambio comercial. Pensar que cada persona se define por su empleo (aunque lo odie) es una reducción malintencionada. Creer que ese empleo es la única forma de vivir dignamente, una aberración.
   Para quien tenga estómago suficiente recomiendo ver unos minutos del programa más visto de los miércoles. En él unos empresarios siempre virtuosos controlan con cámaras el trabajo de unos empleados que acaban llorando bien porque su jefe acaba recompensándolos, bien porque los acaba despidiendo. Se me hace difícil imaginar una situación más denigrante ni un mayor ejemplo de banalización.
   Pero la costumbre no embellece ni sostiene la flagrante injusticia del reparto de salarios, de beneficios o de poder. Solo la disimula.
   Para no caer en ella, pensemos: en cómo, cuánto, por qué, para qué y para quién trabajamos. Y, por supuesto, en cómo esto afecta al resto de nuestra vida. No son preguntas cómodas. Nunca lo fueron, pero evitarlas solo ayuda a quien pretende controlarnos.
   Está claro. Ya lo dijo Albert Pla: hay que organizarse.

Dumpinnicaragua

lunes, 19 de enero de 2015

Bajo el ruido de los disparos

La vida paga sus cuentas con tu sangre
y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor.

Roque Dalton

1

   Estas dos últimas semanas las hemos pasado en los medios mainstream, telediarios, radios y periódicos de toda la vida, oyendo hablar de Charlie Hebdo por aquí y por allá como si sus redactores fueran, en términos quijotescos, adalides y campeones de la libertad y los valores "occidentales". Pero cuídate de quien te halaga, sobre todo después de haberte despreciado durante tanto tiempo. Vergüenza dan tantas y tantas alabanzas de quien nunca comprendió sus bromas ni compartió su forma crítica e inteligente de mirar la realidad. Acordaos de la zorra, el cuervo, etc.
   Sin embargo, como esos tipos de la revista francesa son dibujantes, artistillas, pero no tontos, les dio por decir, otra vez, incluso después de muertos, cosas bastante incómodas. Por supuesto, hasta para ellos mismos, como el título y la portada que ya todos conocéis. La ironía, siempre, tan cervantina ella, empieza por uno mismo. "Parece que no han aprendido", debieron pensar, en el fondo, los Hollande, Merkel, Obama, Cameron y, en definitiva, cuantos se tragan, difunden o fomentan el discurso oficial, que desprecia profundamente las virtudes de esta y otras publicaciones: inteligencia, crítica, irreverencia, libertad..., tan revolucionarias como inasumibles por el propio sistema que nos rige, que debe marginarlas para continuar.
   Mientras toda la élite europea está pensando en vengarse de los asesinos (y hechos no faltan para corroborarlo) estos infames dibujantes no quieren participar de semejante desatino irracional. Recordemos que si algo tiene de bueno la tradición republicana francesa es, desde Voltaire, la manía de pensar las cosas sin poner a dios, a cualquier dios, al principio, por medio o al final de dicho razonamiento. Sin embargo, hasta el mismo Papa, tan campechano, ha dejado ver que, en realidad, por mucho que quieran aparentar los gobiernos del mundo "libre" (risas), ninguno defendería a los cómicos si en vez de caricaturizar a Mahoma los hubieran asesinado por dibujar un cristo o un príncipe follando o a cualquier presidente degollando extranjeros. Pregunten si no a Pasolini, Scorsese o Saramago, blasfemos también con muy diferente resultado.




2

   Me molesta muchísimo esta actitud tan hipócrita, sobre todo porque en buena parte procede de quien se supone que debe analizar la realidad actual de forma crítica para que los miembros de una sociedad puedan pensar con libertad y juzgarla construyendo su propio criterio: los periodistas.  Esos mismos tan sorprendidos de que el mensaje de la portada más reciente de Charlie sea irónico y ambiguo, ofendidos por no tener claro qué decir, por no poder reproducir un comunicado, porque el propio dibujante asegurara sencillamente que interpretarla es el trabajo de cada lector (periodistas incluidos). Ellos son quienes primero deberían cuestionarse las actitudes y declaraciones de los poderosos.
   Cuando quienes se otorgan el derecho y el deber de la transmisión de información banalizan, prejuzgan, ocultan, simplifican, generalizan, son parciales o interesados pierden toda autoridad y carecen de sentido. Al desinformar se convierten en instrumentos de alienación. No es, por supuesto, nada nuevo. Lo que no impide que aumente la rabia de quien presencia cotidianamente tanta falsedad.
   Porque, en fin, el periodismo puede resultar tan mezquino como para vivir instalado en la hipocresía, alimentándonos de disparates supuestamente racionales que transmiten una imagen manipulada del mundo.

3

   No quiero llenar esta entrada de citas sobre la utilización simplista y partidaria de estos días de conceptos morales y religiosos como la libertad de expresión, la ofensa, la blasfemia, la justicia o el derecho ni de su postura acrítica sobre los hechos y declaraciones de los gobernantes. Cualquier noticiario, informativo o titular valdría. Comprobadlo.
   Pero hay mucho más. Acordaos, por ejemplo, de la "simpática" campaña del Secretariado Gitano sobre la estigmatización prejuiciosa de su pueblo. Algo que la mayoría de medios presentó como una trivialidad, sin extraer una pizca de autocrítica.
   Pensemos también en otros pueblos estigmatizados: los extranjeros, esos emigrantes por los que ningún titular siente empatía alguna mientras están vivos, tan amables cuando son compatriotas en paro volando a los cinco continentes, tan indeseables cuando asaltan vallas fronterizas, escupen ébola, se quejan cuando son recluidos por no tener la documentación en regla o trabajan en negro. Tanto han retorcido el significado de la palabra que inmigrante y delincuente resultan sinónimos para según qué redactor, como en la reciente noticia de la muerte de un policía en la estación de Embajadores, en Madrid, cuyo texto, claramente extraído del informe policial, es grotescamente desmentido por las imágenes.
   Pensemos en cómo cada palabra utilizada justifica el sistema económico, político y social en que vivimos, en cómo legitima las injusticias. La lista es interminable: rey, deuda, banco, trabajo, pensión, líder, elecciones, juzgar, terrorismo, policía, constitución...
   Trampas a la razón y robos al pensamiento que siguen ocurriendo continuamente. Palabra a palabra el periodismo de masas intenta corregir nuestro lenguaje para que la moral antidemocrática, patriota, xenófoba y capitalista nos cale.
   Afortunadamente, aún conocemos a gente (y seguro que son más de los que creemos) que dedica mucho tiempo a lo contrario, que rebusca a contracorriente en cada palabra y cada imagen un significado sobre el que poder pensar con libertad, sin condiciones. Como los redactores de Charlie Hebdo o como sus admiradores, estos insensatos viñetistas que montaron su propia revista hace unos meses porque no les dejaban dibujar ciertas cosas sobre el jefe del estado.




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