sábado, 11 de noviembre de 2017

El hombre que escribe

Siempre quise ser sólo el hombre que escribe.
Ricardo Piglia (Emilio Renzi)

1

   Son varias viejas preguntas: ¿por qué garabatea alguien la página o emborrona la pantalla?; ¿a quién se dirige?; ¿qué espera que haya al otro lado de un texto que, seamos sinceros, no existe seguridad alguna de que vaya a ser leído por nadie?
   Para comenzar, convengamos en que hay en la escritura un esfuerzo por buscar un sentido, por desdoblarse y experimentar la realidad desde el punto de vista que se descubre más allá de las palabras que, afanosamente, uno logra apilar. Escribiendo se construye o se averigua. Es, como ya se ha dicho, un mensaje al primer (y muchas veces único) lector que es uno mismo. Su fe de vida. Se escribe, creo, como supremo ejercicio de consciencia, como demostración final del artificio humano. Y algunas veces se complica tanto que entonces sí resulta verdaderamente artificioso.
   Todo ello gracias al lenguaje, claro, pero mediante una operación que la lengua oral apenas permite simular. Su instantaneidad elimina buena parte de sus posibilidades. El arte de la tertulia ha desaparecido y ya no hay conversaciones suficientemente pacientes como para tejer entre varios interlocutores un sentido. Además, los textos se escriben para volver a ellos, no se sabe bien cuándo ni cómo ni por qué, pero para volver. Con mucha frecuencia, a uno mismo; algunas veces, para unos pocos; raramente, hacia cientos o miles.
   La literatura vive de estas rarezas. Por más tiempo que algunos le dediquemos, no queda más remedio que admitir que su derrota está asegurada y sus triunfos solo pueden ser efímeros. Llevamos tiempo agarrándonos a su excepción y eso a unos pocos nos ha cambiado la vida.
   La escritura, a pesar de todo ello, nos retrata. En el sentido más profundo de la palabra. Incluso cuando, en principio, no se pensara en futuros lectores. O precisamente entonces. Los del vicio cervantino, el que consiste en leer hasta los papeles rotos de la calle, no nos conformamos ni con la literatura. Diarios, revistas, recortes, cartas, notas, apuntes... Hasta la propia historia (y también la literaria) ha sido levantada con escritos que no estaban destinados a leerse. Que debían perderse, arder o pudrirse. Y algún filólogo idiota los encontró, robó o pagó por ellos. Como todo, esto ya está explicado en el Quijote (cap. IX).
   En medio de este desatino, lo que se anota en los diarios es un ejemplo perfecto de cómo la escritura da cuenta de nosotros mismos. A veces, incluso, a partir de la vida de otro, como aparecieron aquí las palabras de Julio Ramón Ribeyro para titular el blog. Ya hablé entonces de las maravillas que encierra La tentación del fracaso. Este mes, sin embargo, lo he pasado con el último tomo de los diarios de Ricardo Piglia (Los diarios de Emilio Renzi III. Un día en la vida). La tentación de estrenar libros de las bibliotecas públicas...


2

   Reconozco que me había distanciado de Piglia. Él, que me parecía una referencia imprescindible, me había defraudado en ciertas ocasiones. Supongo que la causa era mi falta de interés en lo que escribió a partir del 2000 o sus juicios desdeñosos sobre los nuevos autores argentinos (a los que yo estaba dedicando un proyecto de tesis), sin pasar por alto la sentencia del juicio (en 2005) sobre el premio Planeta Argentina 1997, en la que se demostró que la editorial incorporó su novela directamente a las finalistas y presionó para que saliera ganadora, polémica que fue de gran alcance en Argentina, pero de la que aquí apenas se supo. Verdadero atrevimiento el de Gustavo Nielsen contra lo que el canon dispone siempre en el mundo editorial.
   Pero antes de este distanciamiento había disfrutado mucho con sus libros. Fue mi profesor quien me dijo que leyera Respiración artificial. Aún estaba licenciándome, y me impresionó. Tanto, que me acuerdo de la postura, la habitación, la luz, la casa en el momento en que lo terminé. Y que, como raras veces, releí algún capítulo inmediatamente. 
   Poco a poco, por dedicación filológica a lo argentino y por puro gusto, pasé a sus ensayos, Crítica y ficción y Formas breves (no recuerdo en qué orden, pero ambos espléndidos) y fui tirando de biblioteca: Prisión perpetua, La ciudad ausente, Plata quemada y Nombre falso, este ya unos años después, creo que reeditado, que me devolvió las sensaciones de aquella primera y casi única novela. Recuerdo una conversación con Eduardo Becerra en la que me contó cómo ese libro trascendental, tal vez el más importante de la literatura argentina de los últimos cuarenta años y que en España permanecía inédito a finales de los 80, se publicó tras un oscuro fichaje en el que Anagrama hizo el papel del Real Madrid y Lengua de trapo el del modesto que se queda con la miel en los labios. Finalmente, El último lector sí me gustó, pero no tanto como los ensayos anteriores. Blanco nocturno, por el contrario, la he olvidado, y eso que no han pasado tantos años. Puede que, como lector, uno necesite apartarse de los autores durante un tiempo para ser justo. Espero serlo, porque llevaba como cinco o seis años bastante lejos de él.

3

   Piglia había llegado tarde a España, al mercado editorial español quiero decir, porque parecía muy argentino y demasiado teórico. Se publicaba sin pudor a Puig, a Soriano, a Tomás Eloy Martínez, incluso a Néstor Sánchez y a Juan Carlos Martini o Mempo Giardinelli y se le premiaba con el Nadal a Saer. En Bruguera, en Seix Barral, en Alfaguara, en Planeta... Los restos del boom; la inercia de Cortázar, Borges y Bioy. Pero él parecía demasiado difícil. Como con Borges, se confirmó lo contrario, y Anagrama ha sacado buen partido de ello. Y la verdad es que desde entonces su nombre ha pasado por encima del de aquellos con toda tranquilidad y mayor o menor justicia (poética). Y ahora llegan, prácticamente un testamento, estos diarios, publicados casi como preparación de las necrológicas, cuando ya se sabía que la enfermedad, el ELA, estaba acabando con el escritor.
   Yo mismo sospechaba que estos diarios formaban parte de una pura estrategia editorial para agotar el crédito del muerto, prolongar más allá de la vida los contratos y recompensar a la familia. Se ha hecho muchas veces y ahí está el ejemplo reciente de Bolaño. Estaba desconfiado. Y, de hecho, algo de eso me parece que hay en el relato insertado en la segunda parte de este volumen, "Un día en la vida". Pero no en los diarios, que Piglia pensó en ordenar y publicar en bastantes ocasiones, como él mismo va confesando en distintos momentos. La jubilación le permitió disponer del tempo suficiente; la enfermedad le impidió hacerlo como hubiese querido. La tercera parte del volumen, "Días sin fecha", contiene precisamente las anotaciones referentes a sus últimos años (2010-2016), desde la jubilación de Princeston hasta que su escritura, su razón de vivir, se hace literalmente imposible. Parte de sus últimas y conmovedoras anotaciones son estas:

Martes
Morir es difícil, algo me sucede, no es una enfermedad, es un estado progresivo que altera mis movimientos. Esto no anda. Empezó en septiembre del año pasado, no podía abrochar los botones de una camisa blanca.

Lunes
Vendo mi biblioteca, necesito espacio. Conservo solo quinientos libros, la biblioteca ideal, con esa cantidad se puede trabajar.
He empezado a declinar inesperadamente. No hay que quejarse.

Sábado 5
Mi vida depende ahora de la mano derecha, la izquierda empezó a fallar en septiembre después de que terminé el programa de televisión sobre Borges. Me sucedió en ese momento, pero no a causa de eso. Los médicos no saben a qué se debe. El primer síntoma fue que no podía hacer movimientos finos, los dedos ya no me obedecían.

Lunes
La mano derecha está pesada e indócil pero puedo escribir. Cuando ya no pueda… (p. 293)
   A partir de entonces, tal vez 2015, un forzoso silencio hasta enero de este año. Está disponible el programa que grabó sobre Borges para la televisión pública argentina y al que alude más arriba. Amedrenta pensar en alguien que es capaz de hablar como en este vídeo e inmediatamente se da cuenta de que su cuerpo acaba de fallar:



y 4

   Piglia se pasó sesenta años escribiendo. Echando un vistazo al listado de títulos resulta evidente que solo publicó una pequeña parte. Pero es que tenía una verdadera obsesión con la escritura. Escribió y reescribió de manera incansable durante toda su vida. Y esto debe leerse de forma completamente literal. Respiración artificial es, de hecho, la demostración de que la escritura misma es capaz de sostener una trama. Como había dicho Borges que había hecho Cervantes. 
   Por eso resulta fascinante la deslavazada y fragmentaria imagen que estos diarios dan del proceso de creación y publicación de esta obra. Y cómo su escritura encuentra el sentido en el correlato cotidiano y alucinante del momento histórico en el que la obra maestra se va fraguando. Cuatro largos años de dictadura hasta dar por terminada la primera novela en un ambiente asfixiante, sin perspectiva ni salida:

1976
Viernes 26
Lo peor es la siniestra sensación de normalidad, los ómnibus circulan, la gente va al cine, se sienta en los bares, sale de las oficinas,va a los restaurantes, se ríe, hace chistes, todo parece seguir igual pero se oyen sirenas y pasan a toda velocidad autos sin patente con civiles armados (p.23).

Martes 28 de septiembre
Sigue el descenso a los infiernos. Noticias siniestras sobre allanamientos y desapariciones (p.29).

1979

Sábado 24 de marzo
Aniversario catastrófico. Los militares llevan tres años en el poder y han destruido todo lo mejor de este país (p. 92).
   Efectivamente, la primera parte del libro comprende los diarios de 1976 a 1982, es decir, la continuación de sus anotaciones, que ya ocupan los dos tomos anteriores publicados por Anagrama. Justo desde los días previos al golpe militar hasta el final de la dictadura y su horrible estrambote en las Malvinas. La novela salió publicada a finales de 1980, por lo que realmente estas notas abarcan todo su período de redacción:
1977

Lunes 14
Novela. Avanzo a ciegas pero sé lo que busco y sé cuál es la novela que me gustaría escribir. Maggi es contratado -o le encargan- para escribir la biografía de alguien. (p.43)

Miércoles 23
Trabajo tres horas hoy y avanzo lentamente en el segundo capítulo. Cada frase me lleva una eternidad… (p. 49)

1978

18 de mayo
Hay que saber esperar. Dejar que llegue el modo de resolver esa historia que empezó bien y se detuvo (p. 78).
1980

Sábado 2
¿Será entonces posible? Escribir una novela en dos meses. A partir de resolver el capítulo I, escribí a una velocidad increíble, doscientas páginas en menos de cuarenta días (p. 109).

Jueves 5
La novela se va a llamar Respiración artificial. Encuentro en un poema de Eliot que me sé casi de memoria, desde los tiempos en La Plata, el epígrafe para la novela. “Tuvimos la experiencia pero no su sentido...”, etc.
¿De qué otro modo podría sobrevivir alguien en estos tiempos sombríos?

Viernes 6 de junio
Firmé, entonces, el contrato con Pomaire hoy. Después pasé a ver a Luis Gusmán. Compré zapatos. Iré a ver el film de Wenders El miedo del arquero ante el penal, basado en la novela de Peter Handke (p. 113).

   Pero, al mismo tiempo, las notas del diario relatan la creación de la revista Punto de vista (todo un emblema de resistencia cultural), el temor a los secuestros y las desapariciones, las clases privadas y casi clandestinas a grupos de estudiantes en pisos repartidos por la ciudad, las dificultades económicas, la imposibilidad del exilio, las desavenencias con otros escritores, los encargos de revistas y editoriales, las continuas mudanzas, los pensamientos suicidas, el bloqueo creativo, las ideas sobre la "crítica del escritor" contra la académica, las visitas veraniegas a la casa familiar, donde precisamente logra encarrilar por fin la novela de la que todos acabarían hablando.
   En fin, un pequeño tesoro para cualquiera, pero especialmente para alguien como yo, que ha gastado un buen pedazo de su tiempo en conocer la literatura argentina de aquella época. Tal vez sea, por esto mismo, una cuestión personal, pero su lectura me ha conmovido terriblemente. Y, de nuevo, cuando no lo esperaba, recordándome el valor del simple gesto de escribir. Aunque probablemente no lleve a ninguna parte, como se recoge en estas palabras de 1977:

Martes 25
¿No es increíble (pienso de pronto) que durante veinte años haya encontrado, a pesar de todo, el impulso para escribir estos cuadernos? Estas anotaciones cerradas que señalan el presente me han sido, sin embargo, fieles años y años. Atraviesan mi vida como ninguna otra cosa, mala escritura (en sentido moral) que no sirve para nada, que no vale nada, que algún día habrá que tirar. ¿O decidiré pasarlos a limpio y a correr los riesgos de encontrar mi estupidez? (p. 39)

   El riesgo, desde luego, es grande. Tanto si lo que escribe lo lee uno mismo como si lo da a leer.
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