miércoles, 13 de enero de 2016

Comer carne...

   La España de hace cincuenta años... Eso enseña la película Un millón en la basura. Lejos del revival amable de Cuéntame, conviene acercarse al pasado con los ojos de ahora, pero la mirada de entonces. Y el pasado no es precisamente una antología de bonitos recuerdos. El país que enseña Forqué en su película es bastante miserable. Pero no es culpa suya. Sin ninguna intención tremendista, plano a plano, uno va tomando conciencia casi sin querer: Madrid es una ciudad desarreglada de barriadas de albero y sin alcantarillado de cuando el único adorno posible eran las fotos de la boda o de la mili; de cuando el aguinaldo y el servicio; donde los pavos pasean como en un tebeo de Carpanta y los perros andan flacos, sueltos y con mal humor; donde se trabaja por un sueldo escasísimo que no cubre las letras ni los alquileres; donde todo se fía y se debe; donde, en definitiva, la supervivencia depende de la compasión, la lotería o el milagro. Y si hay un milagro será como este, mucho más prosaico que el de Frank Capra. Florituras, las justas.
   Nada que, en teoría, no supiera. Nada que no haya leído en Aldecoa o en Delibes, pero con la fuerza directa de la imagen, a la vez poderosa e indolente. Y sí, a veces puede utilizarse un poeta ciego o un aspirante sin abrigo como protagonista, pero qué hay más simbólico que un barrendero. Quién si no podía encontrarse un millón de pesetas en un cubo de basura. Cuando se lo muestra a su mujer comienza a imaginarse lo que podría hacer con él: los juguetes de los hijos, la casa, una nevera, una lavadora y... comer carne.

  No sé si en su momento alguien pudo reírse en el cine durante esa escena. Su tono es cómico, pero hoy yo no he podido reírme. Me pareció terrible, de una ingenuidad proverbial. Y ese barrendero, durante los dos días que mantiene el dinero en su poder, topa constantemente con escaparates ostentosos y ambientes de lujo que le recuerdan lo que casi nadie puede llegar a tener y unos pocos desprecian. Porque dinero hay. Y mucho. Pero nunca será para Pepe, al que solo le quedan Consuelo y su conciencia. ¡Lo que tiene ser bueno!
   Seguramente esta película valga mucho más ahora que cuando se rodó. Ya no es una digna y austera comedia dramática, es un pedazo de esa historia que tanto jode revivir, la que nunca se acabó de arreglar, pues continúan la ostentación y los desahucios, la especulación, la explotación laboral, la usura... Solo que con asfalto, alcantarillas, neveras, lavadores, coches, teléfonos y menos animales sueltos. El progreso...
   El relato de la pobreza virtuosa sustituyó al del pícaro, pues este ya se había enriquecido, convertido en especulador siglos después. La misma historia de Misericordia, Las ratas o Seguir de pobres. El paradigma: la triste honradez del pobre, que no puede vislumbrar más horizonte que la injusticia porque parece eterna. Cuánto tenemos de esto todavía.

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