jueves, 26 de septiembre de 2019

Valle-Inclán y yo

1

   Debía de ser 1998 o 1999. Sé que era invierno, eso sí. Y que había llovido. Hacía bastante frío la noche que a un grupo de colegas de Filología Hispánica se nos ocurrió montar una fiesta con el pretexto de representar unas escenas de Luces de Bohemia. O tal vez fue al revés. En todo caso, una idea peregrina basada en nuestro concepto de que la literatura no debía quedar solo en los libros.
   En aquella época nos lo tomábamos en serio, así que lo hicimos. Elegimos tres escenas. Repartimos los papeles entre amigos. Los instigadores nos guardamos los de Don Latino y Max. Ensayábamos en el camino de la facultad, con mi viejo ejemplar de Austral heredado de no recuerdo quién.
   La representación tuvo sus momentos, todo sea dicho, mejor el velorio (escena XIII) que la muerte (escena XII), aunque no importó en absoluto. La fiesta, desde luego, fue espectacular. Al fin y al cabo, a eso había ido la mayoría del público itinerante que movimos de la plaza al bar. A vestirse de época y pasarlo bien. Llamamos algo la atención, pero nadie nos recriminó que convirtiéramos una fachada del 1500 en el portal de Max Estrella. Era de admirar aquel entusiasmo adolescente.
   Cada vez que releo esas míticas escenas recuerdo qué palabras de Don Latino de Híspalis se me olvidaron. Lamento, eso sí, no poder subir aquí alguna foto, pero es que, aunque cueste recordarlo, casi nadie tenía entonces teléfono móvil y estos ni siquiera llevaban cámara. Las cámaras eran aparatos independientes que no solías llevar por ahí un sábado por la noche, así que si, improbablemente, alguien sacó alguna foto y lee esto..., quedaría mejor ilustrado.

El escenario era este. G. Villar (CC BY-SA 3.0)


2

   ¿Por qué Luces de Bohemia? Pues porque éramos auténticos fans de la obra (o fanes, como recomienda la RAE). Sí, a lo mejor hoy en día no se entiende, pero esta lectura obligatoria de COU nos convirtió en apasionados del fin de siglo y su parafernalia. Supongo que era un juego para desmodernizarnos, ya que lo moderno no nos iba demasiado. Renegábamos de Harry Potter como hoy lo haríamos de Juego de tronos. Nos anticuamos voluntariamente, combinando con insensatez aquel dandismo, los porrones, los festivales de cine y el rocanrol con pose tanguista. Un despropósito. Y llegamos a llamar a nuestro equipo de fútbol Epígonos del Parnaso, como la tropa de Dorio de Gádex. No pongáis esa cara. Al fin y al cabo éramos aprendices de literatos en un fin de siglo. Y jugamos una final y todo.
   Pero volvamos a Luces. Algo había en aquellos diálogos, entre el casticismo y la cátedra, que nos interpelaba directamente. A nosotros, unos micos que rozaban los dieciocho. La verdad sea dicha, nuestro fin de siglo no se parecía tanto a aquellas dos décadas sincretizadas por Valle con una lucidez irrepetible. Puede que la última, de la crisis para acá, contenga más similitudes que los noventa. Puede que, como obra maestra, siempre encuentre la manera de representar el mundo. Aunque este cambie y la realidad se fugue. Aunque hayan pasado casi casi cien años.
   Probablemente influyera en nuestro entusiasmo el descubrimiento de una forma nueva de escritura, inédita para unos estudiantes que descubrían lecturas un poco por obligación, otro por casualidad y otro por moda (moda a contracorriente, se entiende). La capacidad de Valle para fundir tragedia y humor negro, crítica, dignidad y mezquindad, pienso aún ahora, se mantiene intacta. Deslumbra e impresiona. Aunque la mayoría de los alumnos de Bachillerato ya no lo lean. Fuera como fuera, a nosotros nos volvió locos.

3

   Y no fue porque el personaje se nos hiciera simpático. Valle-Inclán era un tipo raro. Tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza por eso. No pasaría ninguno de los filtros de la corrección moral y política actuales, al igual que resultó polémico en su época. Cultivaba la contradicción más que aspiraba a resolverla. Una actitud muy típicamente artística y bohemia, precisamente, que fue siendo desdeñada según el avance del siglo provocaba que los artistas se hicieran partidarios y dejaran de ser "almas libres". Valle, sin embargo, era muy moderno, en el sentido plenamente contemporáneo que asociaba esta palabra a la renovación y la vanguardia; de ahí su visión del arte y la literatura, sus lecturas, su búsqueda de un estilo para cada texto. Pero, de la misma manera, destacaba la ejemplaridad de los ancestros en contrapunto a la banalidad de su época y, como descendiente de hidalgos, añoraba su grandeza.
   De ahí sus posiciones ambiguas sobre la aristocracia, la tradición, la religión y la política. Por un lado, descuartiza el sistema económico, político y social por la miseria que genera y su falta de moralidad; por otro, ensalza los valores de las épocas pasadas y sospecha del progreso. Por un lado, ataca la ignorancia y la falta de cultura; por otro, aprecia las tradiciones seculares, la supervivencia de un folclore que parece retratar la esencia del pueblo. Por un lado, acusa a la iglesia y su jerarquía de la degeneración de la sociedad, de su reticencia al cambio; por otro, asume la religiosidad como una guía moral.
   Un descreído, un escéptico, en fin, que solo encuentra coherencia en un arte, que, por su propia búsqueda, se hace extraño, cambiante y sumamente original. Como tal, no pudo ser más que un escritor minoritario, que despistaba a toda la crítica y ha traído a muchos filólogos de cabeza. Es mucho más difícil categorizar su obra que disfrutarla, siempre que seas de los que disfruta los tragos amargos, fuertes, secos.

y 4

   Poco a  poco he ido leyendo gran parte de su obra, incluso algunos de los libros menos conocidos. En estos últimos veinte años he vuelto a él intermitentemente y he aprovechando cada oportunidad para ver representado cualquier montaje suyo, desde la Farsa y licencia de la reina castiza a Divinas palabras y Martes de carnaval, pasando por cuatro Luces distintas, pues esta sigue siendo una de las obras emblemáticas del teatro contemporáneo. He paseado por sus novelas, cuentos y poemas, hasta por algunos de sus artículos, aún sin afán de abarcarlo entero. Puedo decir, pues, que nuestra relación, sin ser sistemática, ha resultado muy fecunda. Para mantenerla me he servido también del contacto con la Asociación Amigos de Valle-Inclán de Vilanova de Arousa y su revista Cuadrante. De ella han surgido nuevos datos, textos, interpretaciones, lecturas. 
   Desde luego, creo entender su obra ahora mucho mejor que en aquel COU 95-96 en el que dramatizábamos Luces en clase y que aquel invierno en el que medio improvisamos semejante representación bohemia en la plaza de Federico Wattenberg. El proceso ha sido lento, paulatino, y no acabará aquí. Ciertas ideas sobre la estética de Valle-Inclán han tardado mucho en clarificarse, pero finalmente me han llevado a analizar más en serio sus palabras, las que, como lector, me siguen fascinando. ¿Para qué? Para entenderlas yo mismo; para que otros, ojalá, lleguen a ellas, incluso mis alumnos gallegos de secundaria (aunque esto es otra historia).
   En este artículo he querido rascar dos textos magistrales de Valle y resulta que, al chocar, de entre las Comedias bárbaras y los esperpentos saltan chispas. Ha salido publicado en el número 37 de la revista Cuadrante, pero, por si acaso, aquí está también. Se titula: Dos madres, un hidalgo y un poeta.
   Gracias por anticipado.








NOTA: Aquí están disponibles en acceso libre algunos de los números de la revista.
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