viernes, 26 de junio de 2020

Mapa para un poeta perdido

No fim tu hás de ver que as coisas mais leves são as únicas
Que o vento não conseguiu levar.
Mário Quintana

1

   La maldición de las palabras. Eterna. Vigente. Agiganta el tamaño de sus páginas, expande su meseta infinita de letras. Nunca es bastante. Se recorre el océano para nunca cruzar la línea donde acaba. El ejercicio cabezota del poeta, incluso cuando sus versos quedan olvidados, traspapelados, ocultos. ¿Quién los necesita? ¿Los ha pedido alguien? ¿Por qué no callarse si todo fue dicho? ¿Todo fue dicho?
   La misma maldición para el lector, con frecuencia agotado por la caminata. Agradecido cuando para ante el caño de la fuente. Desmesura de la herencia, que lo achicharra en la travesía si no encuentra sombra. Perseverancia con insólita recompensa. Un acierto fugaz, botella que libera al destaparse su mismo suspiro.

2

   Sigue habiendo textos perdidos, se encontrarán nuevos, nunca dejarán de revolotear. Acrobacia combinatoria de vencejos, los poemas. 
   He aquí el mapa de su vuelo: la marca de unos puntos, fotogramas sueltos de un poeta que no está, que no esperaba. Nadie contaba con que hubiera ojos dispuestos a descifrar sus garabatos. Pero también las aguas subterráneas un día devienen manantial. 
   No ha habido traducción del improbable discurso de João Alves Silvestre. La otra maldición, la de Babel, atenuada por su cualidad transfronteriza. Apenas un editor que hilvana los saltos de gorrión, que cuenta los segundos entre relámpago y trueno. 
   Poemas dispuestos para ser visitados, carta de navegación de un viaje sin propósito, como lo serán todos.

3

   Este mapa ahora es tuyo, lector, visitante improbable, también, de una aldea perdida, de las ruinas del acueducto que el viento dejó de mirar. Entra en sus líneas, livianas, dudosas, como corresponde, de su propio valor.
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