lunes, 12 de septiembre de 2011

Aprender, enseñar

"La educación no consiste en llenar un cántaro sino en encender un fuego"
W. B. Yeats

   Comienza ahora mi séptimo curso como profesor. No es poco, pero conozco gente que ha dado clase durante cuarenta años. Ya es septiembre y, salvo para el protagonista de la canción de Los enemigos, todo vuelve a ponerse en marcha.
   Sin embargo, este no parece un septiembre cualquiera, ya que, al hilo de las últimas decisiones de los gobernantes, la educación está en boca de todo el mundo. Bueno, más bien su presupuesto y los profesores, porque de alumnos o pedagogía no se dice nada.
   Ante semejante situación cabe sentar unas bases y principios sobre cuál es la misión de la educación pública y en qué consiste:
  • Debe garantizar la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos, lo que supone que sea gratuita y, a la vez, obligatoria, para disminuir las diferencias de clase creadas por el sistema económico.
  • Debe impartirse en las mejores condiciones posibles (instalaciones, materiales, personal...), pues si no traicionaría el principio anteriormente expuesto.
  • Debe pretender que cada alumno desarrolle sus habilidades para desenvolverse en sociedad, su capacidad de comprender y analizar la realidad y actuar en consecuencia (saber no consiste en conocer datos, sino en pensar y tomar decisiones).
   Teniendo esto en cuenta, el trabajo de profesor exige una enorme responsabilidad porque el proceso de aprendizaje de cada alumno es complejo y heterogéneo y porque de él depende en gran medida su desarrollo personal. Además, es una labor colectiva y en continuo proceso de cambio, adaptación y actualización, lo cual la hace, si cabe, aún más interesante.
   Las decisiones políticas de los últimos años, y especialmente las de los últimos meses, contradicen estos principios y por eso el profesorado está protestando y movilizándose, ayudado por el cuestionamiento que gran parte de la sociedad está haciendo del sistema económico, social y político que nos gobierna e incluso de forma más abierta y reivindicativa de lo que pretenden los sindicatos timoratos, sobre todo UGT y CCOO, que han apoyado varias de las propuestas que han llevado a esta situación. Ellos y todos sabemos que rebajar presupuestos y personal, aumentar el número de alumnos por clase, subvencionar instituciones educativas privadas, apostar por el resultadismo académico y un triste y largo etcétera es favorecer a la élite económica, que siempre estará preocupada por lo suyo (los beneficios del capital) y no por lo nuestro, es decir, lo público.
   Ahora bien, esta traición a los principios educativos básicos debe estar apoyada por los alumnos y sus padres, pues nadie debería estar más interesado que ellos en que mejore la educación pública. La conciencia de que esta es uno de los bienes más valiosos de la sociedad debe propagarse, pues, aun con sus defectos, es imprescindible. Habrá que entender entonces que las huelgas y movilizaciones que se desarrollen no son un perjuicio, sino una lucha por reclamar lo justo y que implica a todos.
No hay revolución sin educación

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