domingo, 29 de septiembre de 2013

El dinosaurio

   No sé vosotros, pero desde hace tiempo veo al dinosaurio mantenerse en pie a pesar de todas sus enfermedades e incluso seguir el camino previsto, no tan a duras penas como me gustaría. Es verdad que en los últimos años se han hecho mucho más evidentes sus fallos e incongruencias, pero, bueno, aquí estamos, prácticamente igual.
   Resulta, ciertamente, que la crisis financiera le quitó parte del maquillaje al sistema económico y social en que vivimos y que las medidas políticas tomadas para remolcarlo han sido objeto constante de críticas y protestas hasta hoy mismo. Pero seamos sinceros, extendiendo la alegoría de la manifestación de ayer tarde, el enroque está siendo bastante eficaz. El poder apenas ha sentido un cosquilleo.
   Mientras los medios de comunicación van soltando noticias de despidos masivos y gobiernos corruptos que, en el fondo, todo el mundo sospechaba y algunos hasta justifican; mientras se suceden los infantiles desmanes y reproches en el parlamento y las encuestas que revelan siempre lo mismo; mientras Internet rebosa de quejas, insultos y chistes de Rajoy, Merkel, el BM, el FMI y su puta madre, de montajes cutres con frases bienintencionadas y peticiones contra el toro de la Vega y otras salvajadas; mientras estalla el escándalo permanente de los tejemanejes de los gobiernos mundiales y se hace evidente su clasista y anacrónica estructura; mientras tanto, aun con todo este vendaval, el dinosaurio da, casi en silencio, los pasos que lo llevarán a su supervivencia segura. Porque se siente inmortal y sabe que un día sentirá las piernas menos pesadas, que volverá a ser joven.
   Su avance no es firme, pero sí constante y mucho más inteligente de lo que pudiéramos pensar (aunque ya nos estemos dando cuenta). Al fin y al cabo, al dinosaurio lo mueve el dinero, es dinero y, como tal, nunca se destruye. Así que, como siempre, está buscando la manera de volver a casa, de cerrar su círculo, de reproducirse en las manos que siempre lo acogieron. Y empezamos a pensar que todas las "concesiones" que el capital había hecho a quienes no lo gobernaban fueron suficientemente calculadas para que no se produjesen los cambios que alteraran su esencia: la escala de la riqueza, la esclavitud del salario, la arbitrariedad absurda del precio. Incluso cuando parecía que él mismo, anciano gigante con pies de barro, se podía hundir.
   Aquí, por ejemplo, el capital sabía a qué pastos emigrar pasada la burbuja de la construcción y también que los gobiernos siempre le han facilitado las cosas. Una vez eliminada la necesidad de parecerse a la socialdemocracia había llegado el momento de explorar otros nichos de mercado: las pensiones, los servicios públicos, el suelo comunal. Por eso dicen que la economía va a mejorar, pues ya está casi todo listo para el siguiente asalto.
   ¿Sabemos cómo va a acabar? Lo que sí sabemos es cómo ha empezado: leyes para proteger las hipotecas, para favorecer los planes de pensiones y los seguros de salud, para especular con el turismo y explotar las tierras vecinales, para que los gobiernos unten las manos de los amigos y devuelvan los favores que debían mediante conciertos (de obras, de gestión de hospitales, de colegios, de basuras, de telecomunicaciones, de transporte...) Ya se sabe: quien tiene el dinero tiene (directa o indirectamente, que es mucho más cómodo) el poder; el que hace la ley... Y las van a aprobar todas, no os quepa duda.
   Está claro que a mucha gente nos disgustan estas políticas. Y nos quejamos: compartimos fotos y artículos, soltamos improperios en los bares y alguna que otra reunión familiar, acudimos a manifestaciones, colaboramos con centros sociales, formamos asambleas populares o incluso hacemos huelga. Nos hierve la sangre, pero pasa el tiempo y "joder, ¡qué dura es la piel del dinosaurio!", pensamos como si, en el fondo, no lo supiéramos.
   Parecía que no, pero todo estaba (y sigue estando) atado y bien atado. Vamos, que al volver a casa "el dinosaurio todavía estaba allí"
   Sucede que el chiste, como el carnaval, no es revolucionario, lo revuelve todo para dejarlo tal cual estaba. Y dura poco. Eso sí, desahoga. A veces hasta resulta imprescindible. Lo mismo que la solidaridad en red o los gritos o las marchas o las manifestaciones. Pero eso no va a bastar. Tampoco unos cambios mínimos en ciertas elecciones, porque el problema no es el PP, apenas una rémora. El bicho es mucho más grande, tanto que nadie sabe con certeza si alguna vez lo podremos tumbar, ya que tan remota parece la posibilidad de que caiga solo.
   Hay quien piensa que sí, que toda esta maldita crisis conduce a ello. Ojalá. Perdonad, por el momento, esta falta de entusiasmo, pero a veces se hace duro avanzar "sin esperanza, con convencimiento" (Ángel González).
 
Ilustración de Pavel Kuczynski

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