lunes, 24 de marzo de 2014

El prócer

Prócer: Persona de alta calidad o dignidad.

Un país entero está llorando a su prócer y todos los ridículos honores que se le puedan rendir son insuficientes.
Por primera vez una parafernalia semejante se pone en marcha en la Hespaña de las generaciones del boom y del paro. La demostración es anticuada e impresionante. La liturgia, perfecta, incluye candelabros dorados, niños recitando versículos de los santos evangelios de la transición, periodistas abrumados, agradecimientos populares, flores en las rotondas, salvas de artillería, poderes fácticos compungidos y muchos, muchos lugares comunes.
Por primera vez semejante ceremonia. Y por última.
Ha muerto el héroe, el primero, el único indiscutible. Al principio fueron el rey y Suárez, que se hicieron carne y acamparon entre nosotros. Después, ya se sabe, el pueblo traicionó a sus próceres y deambuló por el desierto, fue esclavizado, rescatado, creyó en dioses falsos...
De hecho el propio rey se hizo Caín y se manchó. Los homenajes no borrarán su estigma.
Pero el principio, ah, el principio permanecerá siempre puro, inmaculado. Y al principio fue Adolfo Suárez, que bajó de la montaña con la constitución impresa en piedra y fuego, imborrable. Él lo hizo todo, pues todo estaba por hacer. Construyó este magnífico templo, elevó hasta las alturas el inmenso trampantojo. Y lo hizo solo, piedra a piedra, obstinado como Cristo ante todos los que dudaban de él.
Ahora nos recuerdan que no debe pasar un solo día sin que se lo agradezcamos. Puedes dejar de creer en dios, pero no te olvides de rezar a Adolfo Suárez, pues la vida misma le debes. Amó inconmesurablemente este país donde ahora te hundes y tu desgracia actual lo hace aún más grande.
Lo sacrificaron porque los héroes no pueden tener finales felices, pero la palabrería hueca de estos días nos reconforta. ¿Qué sería de nosotros sin panegíricos, estatuas, monumentos, dioses o esperanza?
No, no es retórica. Responde: ¿qué sería?
Adolfo Suárez González

1 comentario:

  1. Y que casualidad que los homenajes póstumos no fueran póstumos, sino una muerte anunciada convenientemente antes de una contundente manifestación del hartazgo de un pueblo muy indignado que ya no puede ni quiere creerse las promesas de nadie.

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