domingo, 19 de febrero de 2017

Enterrar mal

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Joan Manuel Serrat

1

   Puede que en Hespaña se cocine bien, pero se entierra mal, muy mal. Por lo que sea, más allá de que vivas mejor o peor, cuando llegue el momento no des nada por sentado. Se desvanecerá tu conciencia, pero no terminará tu periplo. A saber dónde acabas. O cómo. Y da igual que te hayas hecho un nombre o seas un don nadie. Prepárate, porque décadas después lo mismo ya no estás donde creías, aunque es probable que eso ya no te importe una mierda.
   El último caso que se ha sumado a la proverbial negligencia de los entierros hispánicos es, por supuesto, el enterramiento más célebre de todo el s. XX. Dicen los investigadores que Lorca, sí, el poeta, estuvo donde han buscado, pero que se debieron llevar los cuerpos de sus compañeros de ejecución y de él mismo a otra parte poco tiempo después de asesinarlos. Menuda locura de asunto. Es posible que a los fascistas de Granada no les interesara que apareciera y que alguien se esté guardando la información como una carta al cinquillo. Una actitud muy hespañola y mucho hespañola.
   Los hombres ilustres de Hespaña están acostumbrados, no obstante. Llevan siglos de trajín mortuorio y saben que sería improbable que el velatorio, el entierro y el homenaje sean cabales, atiendan a sus deseos o cumplan unos requisitos mínimos de dignidad. Fijaos en Cristóbal Colón: muerto y velado en Valladolid, pero enterrado al menos tres veces más. En Sevilla, Santo Domingo, La Habana y Sevilla otra vez. Y seguro que él creía que ya había dejado de viajar. ¿Os acordáis de la película Los tres entierros de Melquíades Estrada? Al menos Tommy Lee Jones lo dejó solucionado en pocos días, y eso que se le puso bastante complicado, mientras que a Colón la broma le llevó cuatro siglos.
   Cuatro siglos justitos lleva enterrado Cervantes en un recoveco de un convento de Madrid. Él no quiso viajar, prefirió quedarse cerca de casa, no molestar. Y, sin embargo, alguna mente iluminada pensó en 2015 que era el momento de rescatar ese polvillo de huesos y darle un bello homenaje, un pelotazo de cuarto centenario, un monumento moderno que saliera, no sé, en tripadvisor o Lonely Planet. Yo sé que quedó anonadado con la noticia, me lo dijo en un poema. Vaya papelón. Andar sacando tanto hueso para no saber de quién es cada uno. Ya dijo Paco Rico que era una tontería.
   El mismo Cervantes parodió en el Quijote (I,XIX) otro largo entierro típicamente hispánico: el de San Juan de la Cruz, nada menos; y nada menos que de Úbeda a Segovia. Sin avión ni AVE ni nada, que era 1591. Tal vez intuía lo que se les venía encima a los mayores literatos de Hespaña, aquello de no parar quietos ni después de muertos. Pero lo cuenta mejor aquí Nieves Concostrina
   Otro de los entierros más famosos de la historia de la literatura hespañola es, por supuesto, el de Max Estrella. Y también es una parodia. "La tragedia nuestra no es tragedia", ya se ve. Parece que no hay manera de tomarse esto en serio, llegando al extremo de la procesión que todos los jueves santos se celebra en León: el entierro de Genarín, el borracho que fue atropellado por el primer camión de basura en 1929. Alucinante.


   Aquel Juan de Yepes que cruzó La Mancha y algo más para acudir a su segundo entierro acabó siendo santo, lo que nos lleva al otro gran deporte post-mortem: ¿qué hacer con los cuerpos de los santos, de tanto santo inscrito en la historia de Hespaña? Esos cadáveres, a los que dios tanto estimó, no se podían dejar tirados por ahí. Hay multitud de ejemplos de las dos soluciones más comunes, algo paradójicas por cierto, como todo en este tema: o bien se embalsama el cadáver para que no se corrompa o bien se reparten trocitos suyos por doquier en forma de reliquias. No sé cuál es peor, la verdad. Echad un vistazo al relicario del necrófilo Felipe II. "Relicario", qué palabra.


   Y es que el asunto santo es capital en la historia patria. Pensad si no en cómo se montó el asunto aquel de la tumba del apóstol Santiago, que ni está ni se le espera (como es lógico) en su magna iglesia catedral. Pues allí sigue el arcón de marras, con supuestos restos de un palestino ajusticiado en el s. I, trasladado a Galicia en barco unos cuantos miles de millas y enterrado, vaya por dios, en un sitio donde no había nada más que prados desde los que, cuando cuadraba un anticiclón, se veían de puta madre las estrellas. Y que si Compostela y el ermitaño que lo descubrió, etc. Si no fuera por sus intervenciones en la Reconquista y la Guerra Civil y su papel fundamental de patrón de Hespaña,  no me lo creería.
  
2

   Pero dejemos ya a los muertos famosos, tengan o no una rotonda dedicada. A los don nadie, según las épocas, se les ha ido enterrando o desenterrando también de mala manera. En este gran país eso no supone una distinción de clase. Recordad a Lorca, acompañado por otros tres desenterrados. Por ejemplo, no hay manzana de ciudad que no esté construida sobre kilos y kilos de huesos. Es lógico, pues hace tres siglos era más difícil pisar mierda de perro que suelo sagrado. Hasta tal punto estaban las ciudades abarrotadas de iglesias y conventos. Mirad los planos de entonces si no me creéis. Y, claro, la desamortización, primera operación urbanística a gran escala de la historia, lo convirtió todo en edificable. Y ya se sabe qué hacen las mentes preclaras cuando se dispone de terrenos recientemente recalificados por muy artísticas que sean las construcciones anteriores y muchas tumbas que hubiera dentro.
   Y, después, claro, la guerra y las represalias de los vencedores, que dejaron a media generación de pobres hespañoles en la cuneta. Las carreteras de la península son un osario gigantesco, mucho más que el granítico Valle de los Caídos, en el fondo una mámoa descomunal que pretendía servir para esconder el polvo debajo de la alfombra o los cadáveres dentro de la montaña. Un poco de hormigón, dos palmadas y aquí no ha pasado nada. Se lo merecían. "Dejar en la cuneta", menuda frase hecha. Pensadla ahora...
   Y qué significativo también lo que les pasó a aquellos soldados muertos en el accidente del avión aquel del que Trillo no se acuerda. Todo lo cual demuestra que lo de enterrar mal no es una cosa del pasado. Muy hespañol y mucho hespañol recoger las piezas de los cuerpos y embalarlas de cualquier manera, así, a la buena de dios y cruzando los dedos para que nadie se diera cuenta de que era imposible identificar los cadáveres en dos días. A quién le iban a importar entonces los cachos que se enterraban cuando los generales temían que saltara todo el tinglado montado para contratar esos aviones low cost. Más frases hechas: "escurrir el bulto"; "colgar el muerto".
   De hecho, no sé si esto de enterrar mal es tan hespañol. Puede que, como en tantas otras cuestiones, se trate de una costumbre peninsular, ibérica. Fijaos que en Portugal ni siquiera pudieron encontrar el cuerpo de Dom Sebastião, tal vez por solidaridad fraterna, y vaya lío que se montó por ello. Que Inês de Castro fue enterrada dos veces e incluso, dicen, sacada de la tumba para ser coronada, leyenda digna del premio al desentierro más bizarro. Y que, puestos a dejar a los muertos en ridículo, el único que supera al osario de Wamba es, por supuesto, la Capela dos Ossos de Évora, del más extravagante barroquismo.


   Qué distinto era esto en otras épocas aún más lejanas. Antes de que la península fuera cristianizada los entierros eran, como cantaría Krahe, "harina de otro costal". Entonces sí que se hacían las cosas bien, y no porque lo mandara dios, al menos no este dios de ahora. Mámoas, necrópolis y dólmenes certifican que el buen enterramiento es una cualidad perdida de esa entelequia que algunos denominaron raza ibérica. En aquella época las tumbas se veían bien, eran robustas y nadie edificaba sobre ellas. Qué tiempos... Aunque ahora anden sus piedras conformando paredes de galpones o queden disimuladas no sea que a alguien se le ocurra catalogarte un bien de interés cultural en medio de la finca.

y 3

   Pero vayamos concluyendo. ¿Qué se puede deducir de este fenómeno? Se me ocurren dos posibles interpretaciones, a cual más espeluznante y, cómo no, contradictorias. La primera es que, por idiosincrasia o carácter, a los hespañoles nos van la chapucería o la deshonra. Sueltas o combinadas. A veces con ciertos agravantes: la envidia, la inquina o la venganza.
   La segunda posible interpretación es que vivimos en la civilización más avanzada de la Tierra, la primera que ha dejado, desde hace siglos, de darle importancia a los enterramientos. Una civilización de escépticos racionalistas, toda una vanguardia, que pronto prescindió de aquello de la "resurrección de la carne" y otros apocalipsis zombis; una civilización para la que no se debe honrar a los muertos ni con la losa ni el epitafio y, ya puestos, ni con la verdad ni con la memoria. Apurad los recuerdos de los muertos, que tal vez sea lo único que nos quede.

1 comentario:

  1. Leyendo me acordé del episodio de la muerte de Rubén Darío y su cerebro. Aunque fue en Nicaragua algo de la cultura mortuoria española seguía en el ambiente.
    http://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/384272-funerales-apoteosicos-ruben-dario/

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