martes, 1 de mayo de 2012

Obstinación

"Entonces vino la primavera amiga de los pobres",
José Martí (1886)
   La realidad es obstinada. La historia es obstinada. El dinero es obstinado. Y el poder.
   Como la naturaleza, todas las creaciones humanas han desarrollado una impresionante capacidad de adaptación; lo cual no quiere decir que hayan cambiado, pues mantienen su esencia. ¿Cómo es posible si no que un día como este el recuerdo de las huelgas que hace 126 años reivindicaban la jornada de 8 horas sonrojen a cualquiera? Si existe el progreso, ¿cómo es que no ha servido para evitar la explotación de los demás en todas sus despreciables variantes?
   Tal paradoja solo admite dos respuestas: o el progreso, el cambio y la revolución son, en realidad, imposibles; o aún están muy lejos.
   Así, parece lógico que una gran parte de la humanidad crea que la superación es inalcanzable, que todo está consumado como en una inquietante profecía. Piensan que las formas de explotación y humillación evolucionarán, pero que para salvarse no tendrán más remedio que arrimarse a las faldas de los poderosos, reírles los chistes, agachar la cabeza y confiar en que sus hijos tengan así alguna ventaja en la carrera. Como siempre. Y que tengan suerte, claro.
   Y es que acaban de sufrir el mayor golpe de la historia en su conciencia: esto no tiene por qué ir para mejor. La razón, ella también, es obstinada.
   Sin embargo, hay muchos otros obstinados, incluso cabezotas, que les intentarán convencer de que las cosas no son necesariamente así, pues tienen ideas descabelladas que alterarían su orden inmanente. "Repartamos el trabajo", dicen; "y el dinero", añaden; "suprimamos fronteras y privilegios", proponen; "ayudémonos, que la tierra -concluyen- se utilice en beneficio de todos". 
   Se resisten a admitir que los generadores de la desgracia son inmunes y creen que el resto los apoyará. Lo dicho, cabezotas.


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